sábado, 14 de septiembre de 2013

Porque son vuestras imaginaciones las que deben hoy vestir a los reyes

WILLIAM SHAKESPEARE

(Stratford-upon-Avon, Warwickshire, Reino Unido, 1564-ibídem, 1616) 

De Enrique IV
(1594-1599)

FALSTAFF: La letra no ha vencido aún; me repugnaría pagarla antes del término, ¿Qué necesidad tengo de salirle al paso a quien no me llama? Vamos, eso no importa; el honor me aguijonea. ¿Sí, pero si el honor, empujándome hacia adelante, me empuja al otro mundo? ¿Y luego? ¿Puede el honor reponerme una pierna? No. ¿O un brazo? No. ¿O suprimir el dolor de una herida? No. ¿El honor no es diestro en cirugía? No. ¿Qué es el honor? Un Soplo. ¡Hermosa compensación! ¿Quién lo obtiene? El que se murió el miércoles pasado. ¿ Lo siente? No. ¿Lo oye? Tampoco. ¿Es entonces cosa insensible? Sí, para los muertos. ¿Pero puede vivir con los vivos? No. ¿Por qué? La maledicencia no lo permite. Por consiguiente, no quiero saber nada con él; el honor es un mero escudo funerario y así concluye mi catecismo.

Fuente: William Shakespeare, Enrique IV, traducción, prólogo y notas de Miguel Cané, Buenos Aires, La Cultura Argentina, 1918.
***
De Enrique V 
(1599)

Entra el CORO
CORO
¡OH! ¡Quién tuviera una musa de fuego para escalar el cielo más resplandeciente de la invención! ¡Un
reino por teatro, príncipes como actores y monarcas para espectadores de la escena sublime! Entonces, apareciendo bajo sus rasgos verdaderos, el belicoso Harry se presentaría con la apostura de Marte; y veríanse, acoplados como sabuesos, el hambre, la guerra y el incendio tendidos a sus pies en disposición de ser empleados. Pero todos vosotros, nobles espectadores, perdonad al genio sin llama que ha osado llevar a estos indignos tablados un tema tan grande. Este circo de gallos ¿puede contener los vastos campos de Francia? O ¿podríamos en esta O de madera hacer entrar solamente los cascos que asustaron al cielo en Agincourt? ¡Oh!, perdón, ya que una reducida figura ha de representaros un millón en tan pequeño espacio, y permitidme que contemos como cifras de ese gran número las que forje la fuerza de vuestra imaginación. Suponed que dentro de este recinto de murallas están encerradas dos poderosas monarquías, a las cuales el peligroso y estrecho océano separa las frentes, que se amenazan y se disponen a chocar. Suplid mi insuficiencia con vuestros pensamientos. Multiplicad un  hombre por mil y cread un ejército imaginario. Cuando os hablemos de caballos, pensad que los veis hollando con sus soberbios cascos la blandura del suelo: porque son vuestras imaginaciones las que deben hoy vestir a los reyes, transportarlos de aquí para allá, cabalgar sobre las épocas, amontonar en una hora los acontecimientos de numerosos años, por lo cual os ruego me aceptéis como reemplazante de esta historia, a mí, el coro, que vengo aquí, a manera de prólogo, a solicitar vuestra amable paciencia y a pediros que escuchéis y juzguéis suave e indulgentemente nuestro drama.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char