sábado, 20 de octubre de 2012

Subimos al cielo por Beatriz


FRANCISCO GANDOLFO
(Argentina, Córdoba, 1921- Rosario, Santa Fe, 2008)

DECISIÓN

Ella sale a la puerta de su casa
con la hoz y el martillo en el turbante

Cleopatra actualizada
me conquista con el tiránico
poder de su belleza

mi señora lo nota y se pone
de carácter hosco

para apaciguarla le regalo
un turbante con la cruz svástica
porque es descendiente de alemanes

pero la historia no concluye
porque mi vecina se pone
el gorro frigio de la libertad
y nuevamente me flecha

no me puedo librar del proyectil
y mi esposa tampoco me lo extrae
porque me considera infiel como un indio
que quiere defender su tierra

¿qué haré con este pleito
de flechas y turbantes?

yo necesito estar enamorado
para escribir mis versos
así que haré
lo que me canten las pelotas
***

Estos versos son para pedirles a las mujeres
que no se olviden de amar a los poetas

tengan presente que sabemos más que nadie
apreciarlas a fondo

ustedes son para nosotros
la sabrosa costilla que nos falta

Sócrates no pudo con Santipa
Freud dijo que la mujer
era lo único que no entendía

nosotros vamos a la guerra por Elena
vivimos la odisea de Penélope
o subimos al cielo por Beatriz

la gente sin ternura no nos ama
porque somos capaces de perder la cabeza
en galante rapto de pasión

pero la mujer cariñosa
que custodia la llama del amor
comprende que la comprendemos

como comprendió
al célebre filósofo que dijo
amo
luego existo
***
Guardaespaldas 

Ofuscando por complejos personales
abandonaría hijos y esposa
para irme a vivir
de poeta a Buenos Aires

mientras caminaba pensando esto
mi ángel custodio vino de atrás
y me levantó de una patada

me incorporé dolorido
y sacudiendo mi ropa
deploré que todo el mundo
así en la tierra como en el cielo
fuese violento.

De Poemas joviales, Ediciones El Lagrimal Trifurca, Rosario, 1977
Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char