domingo, 2 de septiembre de 2012

Porque tú necesitas un hombre, amiga, y yo necesito una mujer

Dos poemas de JOSÉ PORTOGALO
Seudónimo de José Ananía
(Argentina, 1904-1973)

Un poema a las 6 de la mañana

Podría cantar la desalquilada vigilia de las prostitutas,
el motín callejero de los gorriones en la urbe.
de mis manos inválidas, de mis pies doloridos,
Pero el canto de un gallo
que abre la mañana con los dedos de un ángel sin aureola,
suena en mi corazón -íntimamente-
y en mi sangre
alza su tono de armónica meridional
para recordarme que soy un hombre huérfano en mi ciudad.
Mi ciudad: la de las grandes riquezas y las grandes miserias.
La de los grandes chantajistas de guantes color patito:
Gerentes de banco. Presidentes de asociaciones patrióticas:
Directores de grandes rotativos. Críticos de Arte. Periodistas.
Urruchúa los pintaría con una ganzúa en los labios
y el alma junto a tu voz que enrula un tango de Filiberto.
Sé que me querrías si te hablara de amor,
aunque te desangres diez horas en una fábrica de tejidos
y sufres el asedio de un gerente mulato
-oblicuo como la sombra de una pared a medianoche-
Porque tú necesitas un hombre, amiga, y yo necesito una mujer.
***
6

Ni siquiera recuerdo soy ahora,
sino resaca, corcho en la bahía
del último recodo.

Sin embargo, mujer de todos, tuve
mi pequeña alegría, mi dicha silenciosa;
fui la amiga ignorada de los adolescentes
que estrujaban, vehementes, la hoguera de mi cuerpo.

(Ella, la tibia ráfaga, el agua del milagro,
a media luz y el cáliz de una rosa,
los veía llegar
súbitos abejorros anhelantes
—delirio, llama, fiebre— desplegando sus alas,
abriéndose a la vida como finas corolas
o beso alucinante del amor inocente,
árboles musicales de rocío y luceros,
llovizna, espuma, pájaros de su cielo perdido.)

No fui mala.
Yo caí como todas en esa telaraña
de engaños, esa urdimbre
de zapatos, de medias, de risa y automóviles;
alegre, linda, frívola, secretaria
de un jefe de oficina, me perdieron las joyas
y el temor a ser trapo de fábrica y miseria,
resignas volcada sobre un catre,
desgarrando mis manos, mi vientre en una tina.

Ni siquiera recuerdo soy ahora,
sino resaca, corcho en la bahía
del último recodo.

Sin embargo, conservo la imagen de mis noches
de oscura prostituta que amó las mariposas
de aquel cielo de trenzas y pobreza, caído
en una callecita de mi barrio.

Una colcha embarrada, de seda, es mi epitafio.

2 comentarios:

sibila dijo...

demoledores. gracias, irene.

Irene Gruss dijo...

Gracias, sibila; Irene

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char