jueves, 11 de abril de 2013

Ella invierte en ver


ANA LAFFERRANDERIE

(Montevideo, Uruguay,  en 1969. Vive en Buenos Aires, Argentina, desde 1990)

Abandono
 I

Llegó a la casa como laurel.
Ventiló el mediodía.
De cada rincón tomó
su bramido de cuna.
Lo atizó

en los brazos. No pudo
cobijar tanto calor.

Desde la alfombra lo vi salir.
Mi lupa en su hombro.

En silencio
solté un látigo enredado.
***
Luz femenina

Bajo el ala quieta retiene
un dado negro.
Alguien le enseñó los ojos abiertos.
Ella invierte en ver pero quisiera
montar el velo de su luz femenina
ir hacia el cerro donde suben las niñas
mirar su cruz de plumas
el espacio vegetal que eleva
y andar.
***

La noche suda cuerpos
su incienso
es masculino y poderoso
perfuma como savia de un túnel primario
derrama una amapola oscura.

De El cielo tácito
***

Quedarme en el aire como si no estuviera
como si hubiera una forma de existir
faltando.

Me concedo el descanso. Desenlazo
lo que se anuda al pecho desde niña.
Dejo ir las ideas que me suspenden.

Respiro lento, una suave corriente lleva
cada reparo lejos de mí.


Apoyo las plantas de los pies
como si descalza pudiera inaugurar la arena.
La materia se realiza completa en cada único acto.
Este soplo que llega desde el mar es todo el viento.


El aire es un mismo soplo, la única respiración. Tomo partículas
que fueron de otros, soy una presencia que se hilvana. Sale de sí,
se busca en otro tiempo. Ensaya el tacto de la que fui sin estar.
***

No puede usar ese anillo, las cosas llamativas la delatan. Cubre su cuerpo y si dibuja evita lo deforme.
Siempre supo que lleva la exuberancia como un tatuaje oculto que podría extenderse y estallar.


De Volcar la cuna, Ediciones del Dock, 2013.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char