martes, 13 de noviembre de 2012

Los insensatos no son nunca malvados por designio


IRVING LAYTON 
(Rumania, 1912-Canadá, 2006)

AL SER MORDIDO POR UN PERRO

Por mero afán de lucro un doctor
realizó una fútil operación
y puso mi nariz casi tan torcida
como sus designios

Por razones semejantes otro
casi me deja ciego

Un conocido poeta
famoso por sus versos de amor
y renuncia
con denuedo trata de ligarse a mi esposa

Y son legión los humanos que desearían
matarme

Sólo una vez fui mordido por un perro.
***
SEGUIDOR DE ZOROASTRO

Deseo que nada jamás
se interponga
entre el sol y yo

Si veo un avión
lo derribaré

Filosofías
religiones:
atemorizadas excusas
para no permitir que el sol
te alimente
y reduzca a cenizas

Mira los esqueletos
de esos robles:
la orgullosa sabia de la vida
pasó a su través
sin que hubieran jamás oído
de Jesús y Marx
***
DE CÓMO FUNCIONA EL MUNDO

Me ha costado tiempo, Lígdamo,
saber que los humanos, salvo
unos pocos santos, son degenerados
o idiotas.

Los insensatos no son nunca malvados
por designio, pero se te ponen delante
como feos tocones de chopos; se rodean
de mal gusto o a causa del tedio
se enzarzan en largas guerras
en las que apretarse
los machos, la firmeza y el valor imperan
para lograr sus necios afanes.

Malignos son los inteligentes.
Entendidos y sutiles
seducen a la mujer de su amigo
a la par que alaban con los labios a su esposo.
***
Cementerio Mont Royal*

Afortunados fiambres
que habéis escapado
          ilesos
de la bestia más feroz
de la creación.

Ya que no fuisteis gaseados
ni achicharrados
que no os dispararon
ni abrieron el cráneo
con una palanca de hierro
ni os vertieron plomo fundido
por la garganta
sino que
como buenos burgueses
pagasteis por vuestras tumbas
y yacéis ahí pacíficamente
          enmoheciéndoos
en la tierra.

Vuestros descendientes
serán todavía más afortunados
si no llegan a nacer.

*Mount Royal: cementerio de Québec
**
Traducción de José Carte Rípodas

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char