jueves, 12 de abril de 2012

La gran confusión es suponer vanguardia cuando hay tendencia

GABRIEL RECHES
(Buenos Aires, Argentina, 1968)


Fuente y copy: Aníbal Cristobo, en su blog kriller

ENTREVISTAS: GABRIEL RECHES / QUE AL LEER, NO SE LEE NADA


A.C.: Cómo empezaste a escribir poesía?
G.R.: Empecé a escribir poesía a los trece años, dos meses después de la muerte de mi papá. No me dejaron ir a su entierro. Durante cuatro años no lloré jamás por nada y no paré de escribir. Todos los poemas eran escondidos en una caja de cartón y puestos a salvo  en una especie de bóveda accidental que había en mi mesa de luz. Nadie salvo yo los leía. La poesía fue un conducto, un canal aliviador, un modo de procesar el duelo y a la vez una especie de pesebre o recreación de la escena que no pude vivir. También, sin saberlo, recreaba otra cosa. De joven mi papá había integrado el grupo El Pan Duro, pero con el tiempo se dedicó de lleno a la abogacía y los poemas fueron para él una zona olvidada, una zona enterrada.


A.C.: Es curioso que menciones ese condición casi secreta de tus poemas, ese sentido de funcionar sin otros lectores más que vos mismo, porque una de las cosas que me llamó la atención de tus textos es el lugar que sentí que proponían para el lector -un lugar ligeramente áspero, o, en todo caso, el lugar que ese lector sea capaz de crearse, pero no un sitio pautado de antemano para la comodidad de quien lee. En todo caso, qué reflexión te merece la cuestión del lugar del lector en tu poesía?
G.R.: Voy a tratar de responderte esa pregunta que resulta bastante difícil para mí. Porque la verdad, al momento de escribir no pienso en lectores. Después sí, claro, me asaltan las terminales utilitarias del sistema nervioso, me regocijo cuando soy leído, mucho más cuando me siento leído cabalmente, me frustro cuando los poemas no llegan a nadie, y no mucho más.
No tengo una definición a lo Poe, ni de target, ni de contrato de lectura prefabricada.
Si hay algo, es más bien la construcción de un lugar de enunciación, que es en cierto modo la construcción de un sujeto. Ambas cosas, frente a otras grandes deshonestidades de mi persona y mi escritura, pecan de bastante honestidad intelectual e identitaria, constituyen una especie de ideología poética; dicho de otro modo, me dejan con el culo al aire, porque representan aquello que siento tanto por la poesía como por la vida, una y otra tomadas a la vez como fracaso rutilante y como enigma.
La poesía, la escritura poética, se presenta como un ojo que se interpone entre las cosas y el ojo, un instrumento destructivo o descomponedor de la percepción educada: inhabilita la experiencia del mundo, la experiencia pretendidamente silvestre del sujeto,  delata la vacuidad tanto del  mundo y del sujeto --entendidos  como la aproximación lingüística de una anarquía que se nos niega— como de lo cotidiano; frente a lo único que inquieta y que es indecible.


La humanidad habla cientos de idiomas, pero calla en el mismo, ese silencio emerge en cualquier lado, no en una iglesia, sino exactamente en cualquier lado, al estallar un pocillo de café o buscar las llaves, y yo trato de provocar minúsculos señalamientos de ello. Las anécdotas no son más que instrumentos.


Mis construcciones por eso son ásperas, de sintaxis desgajadas, versos cortos, muchas veces sin artículos ni proposiciones, buscan las fisuras del lenguaje corriente y también de las acciones corrientes, el modo en que el lenguaje corriente y las acciones corrientes, a través de sus fisuras, resquebrajamientos, delatan la existencia de aquello inaccesible y a la vez por eso delatan la imposibilidad de volverse algo que realmente valga la pena. Cuando sale mal, es alegórico. Cuando sale bien, es probable que alguien sienta que al leer, no se lee nada.
Hay, es cierto, algunos poemas, como la primera parte de la evolución, en los que se intenta explicitar esto, en una especie de metaretórica, pero estilísticamente la enunciación no difiere demasiado, a lo sumo son poemas en los que el objeto representado es la idea de representación agredida por su propia lógica.


A.C.: En tu última respuesta, probablemente porque no estábamos hablando particularmente de eso, me pareció entender una cierta "intercambiabilidad" de los textos en función de lo que deberían producir (esa suerte de que "no se lea nada"). Sin embargo en los poemas se traslucen preocupaciones estéticas y/o temáticas que parecen exceder ese mecanismo de borrar lo inteligible. Hay, entre cada libro, variaciones temáticas y estructurales que van más allá de esa operación - o esa es mi sensación. Podrías hablar de eso que elegís para borrar, de lo que cambia dentro de ese mecanismo?
G.R.: Aún mantengo cierta ilusión de singularidad, cierta creencia en mí como sujeto, admito que eso es algo religioso si se observa la permanente derrota de la idea de individuo frente al simple paso del tiempo o de cara a los procesos históricos y sociales que enmarcan y vuelven previsible cualquier ocurrencia, invento o decisión.


De ahí que, al menos para conservar la motivación, no creo que sean intercambiables esos temas, que pertenecen a ese sujeto que construyo al escribir. Son esos y no otros temas, los que funcionan como vehículo hacia el silencio, el resquebrajamiento de las expresiones; esos temas cotidianos y en apariencia banales, de donde de pronto emerge lo existencial pero no como retórica lingüística, sino más bien como destrucción de la retórica, como irrupción de lo indeseable, de la sin salida de la existencia.
Por supuesto, estoy simplemente hablando de mi posición de escritura. Claro, hay unas preocupaciones poéticas que superan a otras, pero en general todas están ahí porque me conducen allá (a la vacuidad, lo efímero y el sin sentido como trascendencia, ya sea manifestándose en oscilaciones como en la evolución, destrucciones sin intención como en tía Berta, degradación de objetos y ambientes como en el resto o simplemente una heladera, navidad y perros mirando una pared).
Alguien podrá decir que en algunos casos, me correspondo con algunos tópicos "de época" o de mi discutida generación. Pero en todo caso no es otra cosa que un accidente o a veces, una concesión inconsciente.


A.C.: Ahora que hablabas de esa "discutida generación": vos venís manteniendo, por un lado, un ritmo de escritura y de edición que te insertaría, cronológicamente, en ese segmento tan discutido que mencionabas -y por otro, un tipo de escritura y de personificación del escritor completamente ajena a los ejes más transitados por la hipotética generación '90. Cuáles serían tus conclusiones sobre la producción poética y su circulación en estos últimos veinte años, si es que la pregunta no es demasiado amplia. En caso de que lo sea: cuál es tu mirada sobre eso que se designó como generación poética de los 90's?
G.R.: Hubo un experimento de laboratorio, incubado por premios en dinero y becas, que generó modos de escritura coherentes, sólidos e intrínsecamente pobres más allá de logros puntuales y reconocibles. El experimento fue exitoso y necesitó valerse de procedimientos bastante extendidos en el campo cultural a lo largo de la historia. Procedimientos de doble y triple ventanilla que cuando se producen en la política son motivo de escándalos mediáticos, juicios penales, cárcel e inhabilitación, pero que cuando se producen en la cultura, no dan más que para una discusión y una serie de notas en la revista viva de clarín: soy profesor de taller, dueño de revista, jurado de concurso y beca en una fundación y un estado, y entonces cobro a aquellos a quienes premio y beco. Detenerse en esto sería únicamente hablar de las prácticas desde una mirada republicana de la gestión cultural, y en cierto modo ingenua.


Solo es interesante para entender cómo una generación de escritura nace no de un movimiento espontáneo, sino del incentivo de la satisfacción garantizada de un lado, y de un posicionamiento más propio de una celebridad que de un artista del otro. Así;  lo que hace cien o dentro de cien años hubiera sido o será un manifiesto, en los 90 se reduce a  una serie de tips de escritura muy precisos, un manual de instrucciones para ser de la ola, escritos por un stablishment de cuarentacincuentones quienes, para saldar una vieja guerra de sentido con unos pares debilitados, ofrecen espejitos que mejoran y definen estrictamente que se considerará "nuevo" y "joven", delimitando incluso una versión femenina y una masculina del asunto.
Esto, si pongo el foco en la generación que me precedió, es una operación genial y, fundamentalmente, muy eficaz. Ellos son la verdadera generación del noventa: porque fueron quienes "generaron",  y después incubaron, premiaron y nomenclaron una manera de escribir. Acordate que Frankestein es para todos el monstruo, pero en realidad es el nombre del doctor.


Pero si pongo el foco la generación a la que en teoría pertenezco (digo en teoría porque mi incorporación fue tardía, mi primer libro real, el resto, fue publicado en 2000), es una operación boba, que acata disciplinada y sin chistar unas prerrogativas ridículas, a cambio de un puñado de incentivos que en el marketing serían considerados interesantes, y en la poesía son de aliento corto, éxito chatarra. 
La gran confusión es suponer vanguardia cuando hay tendencia; nuevo cuando apenas hay último; es decir, la gran confusión, es suponer que una vanguardia puede ser fabricada desde el stablishment, cuando el stablishment lo único que genera son modas y tendencias de mercado.


Resumiendo, los noventa fueron protagonizados –mucho más que por una generación de jóvenes energizante– por una fabulosa moda y tendencia de mercado, delimitada por quienes lograron apropiarse de los dispositivos de circulación y legitimación de la poesía, y acatada por quienes emergían, con una obediencia urgente que todavía hoy me resulta curiosa.


P.D.: Me olvidaba... si te sirve, en es el fin del mundo..., hay un poema que empieza con "viste que en el vacío todos los cuerpos caen como si tuvieran igual peso", que representa bastante lo que creo sobre la poesía y también sobre la generación del noventa.
***
VISTE QUE EN EL VACÍO LOS CUERPOS CAEN…
[de es el fin del mundo, tía Berta, aún inédito]

Viste que en el vacío los cuerpos caen como si tuvieran igual peso
hasta la profesora de química con más clonazepam logra recordarlo
no debería extrañar que nos encontremos en el aire
sea cual fuere tu lugar en el cuadro de honor del mausoleo
sea cual fuere tu mausoleo, como te guste llamarlo
en colonizaciones, chatarra traba merca
neurona de plush, pija rebajada en te verde
elixir montonero de eterna juventud
¿contentos poetitas?
ahora hablemos sobre el fin del mundo
Y qué si jesús y sus colegas lograran volver y se encontraran
reservoreos culturales carcomidos por insectos
la especie que se esfuma en el sueño de grandeza
dominación sobre aquello que aceptara nombre
vos creías estar al margen con tu bolsa
que llenabas de cosas en la feria orgánica
yo contemplaba el éxtasis de las hojas
ay, como dan contra el suelo parquizado
ahora que ya fue, el dilema se plantea
para qué comprar biromes si después del cataclismo
una voz no abriga, una voz no es sombra
será por bendecir la siesta del quiosquero
el último instante donde un pulso
merece derroche
la farsa debe
parecer dicha
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char