miércoles, 20 de marzo de 2013

Las molestias y verdades del amor

GWENDOLYN BROOKS 
(EE.UU., 1917–2000)

Los niños de los pobres
1.

Las personas sin niños endurecen
alcanzan la frialdad y la insolencia
no se cuidan y van con displicencia
el huracán o el fuego acometen.
Y si la tierra entera es arrasada
mueren simplemente, agitadas
sus almas sin huellas, desmañadas
ríen o caen, tímidas, paralizadas.
Mientras tanto, en la sombra, nosotros
escuchamos impotentes el extraño
gimoteo-lloriqueo de los niños
que suave nos atrapa y hace otros,
nos conjura y convierte en azúcar
las molestias y verdades del amor.

2.
¿Qué les daré a mis hijos? Pobres son
condenados como parias de la tierra
mis dulces leprosos que no piden
ropa de terciopelo suave y tierna
pero me ruegan por un brusco giro
tomados de mi mano van gritando
no quieren seguir más de contrabando
ni ángeles, ni admirables, ni seguros.
Mi mano atosigada de pendientes
sin derecho a mi propia morada
ningún proyecto servirá de nada
ni penas ni amor serán suficientes
para afianzar a mis mitades que viajan
por el otoño helado en todas partes.

3.
¿Diré a mis niños que recen por rezar?
Pequeños, invadan el sobrio lugar
fantasmal, con ecos de penitentes
histéricos y arrogantes por esta vez.
Entiendan, niños, no hay pecados que expiar
protejan sus almas en normas dudosas
sean como tumbas, mulas metafísicas
aprendan que Dios no suele abandonar.
Tras el susurro de sus limpias palabras
esperaré si quieren: repasen salmos
si esto los asusta: tejan creencias
y si los desgarra: vuélvanse calmos.
En la frente y en los dedos, sean sabios,
alisten una venda para sus ojos.

Trad. de Oscar Godoy Barbosa
***
La balada-soneto

Oh madre, madre, ¿dónde está la felicidad?
Se llevaron a mi alto amante a la guerra.
Me dejaron lamentándome. No puedo saber
de qué me sirve la taza vacía del corazón.
Él no va a volver nunca más. Algún día
la guerra va a terminar pero, oh, yo supe
cuando salió, grandioso, por esa puerta,
que mi dulce amor tendría que serme infiel.
Que tendría que serme infiel. Tendría que cortejar
a la coqueta muerte, cuyos imprudentes, extraños
y posesivos brazos y belleza (de cierta clase)
pueden hacer que un hombre duro dude –
y cambie. Y que sea el que tartamudee: Sí.
Oh madre, madre, ¿dónde está la felicidad?


Versión de Tom Maver
De Selected poems, Harper Perennial, New York, 2006

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char