jueves, 7 de febrero de 2013

¿De qué vale el don, ¿no?

Tomada de eldiario.com.ar

ARNALDO CALVEYRA
(Mansilla, provincia de Entre Ríos, Argentina, 1929. Reside en París desde 1961)








Lo mismo que en la palma de la mano el tra-
bajo incesante del destino, los senderos van y vienen: sus encuen-
tros, sus desencuentros.
 ***

Cae en la cuenta: su borrador. Hombre ca-
paz de espera, común de apariencia, observa el ostracismo como
medicina única. En las personas que pasan atiende a ríos de sigilo,
la caída de las hojas no lo distrae.

Su silencio: en muchedumbre los fantasmas
las bocinas quisieran despertarlos. Arrit-
mia de la hora.
***
A UN TERO PERDIDO

Aquí no estás. En
este jardín de niños sensatos   
   ni tampoco en la página   
   que quedó sobre la mesa.   

   Soy el otro del casal perdido   
   y te llamo con palabras.   
   Me despertaste en un recodo de la noche
-¿Querías decirme "Entre Ríos fue un lugar?-
y corrí a la ventana para ver llegar la visita,
   golpear las manos    
   y ofrecerme el presente.   

   Deshoras contra el vidrio. Nadie. 
   Nada sino tu grito que se extravió de nuevo,
   tu máscara de viajero sin lugar en el mundo.

   En mi pueblo algunos te acusaron
   de hacer anochecer antes de hora
   y otros de comediante trágico.
   Dicen del búho envejecido
   que busca el amparo de un jardín.

   Durante años esperándote
   ¿has estado por llegar alguna vez?,
   ¿por qué no apareces, hermano?

   El jardín,
   rectángulo plantado de abriles,
   no queda lejos el río,
   unas piedras atesoran la luz
   que les abandona la tarde ya cansada,
la nochecita merodea encima de los plátanos
   como un horizonte pronto a posarse,
tres sillas conversan en voz baja,
   mi banco se apoya en la lluvia forastera.

   Están cerrando,
el momentito en que los grandes aromos del morir
   se cargan de fruta.   

   Las horas más las horas esperándote
   por verte llegar con tu catástrofe doméstica,
   a que tus alas se yergan con la pechera clara de ir a posarte
   en un escándalo, sobre la loma junto al nido de perdiz
   donde te hallé en aquel anochecer, parado
-el horizonte quedaba detrás de aquellos árboles
   y se lo podía tocar con la mano.

    Anochece, cierran.
    Años de tantas noches.

    Ni tampoco en la página donde vanamente te he
buscado.

    Tu llamado irrumpió en mi sueño
    como el grito de alguien
    al que arrancan al tiempo sucesivo.

¿Por qué no vienes a aliviar tu vejez
    en un jardín?¿ser los dos de unas tardes retiradas?

¿Ir ya por más oscuro que el jardín?
Levantarán las tres capas de silencio
y se verá el campo, el campo, el campo.                          

                                                   a Juan José Saer 
***
De CARTAS PARA QUE LA ALEGRÍA

El viaje lo trajimos lo mejor que se pudo. De todas las mariposas de alfalfa que nos siguieron desde Mansilla, la última se rezagó en Desvío Clé. Nos acompañamos ese trecho, ella con el volar y yo con la mirada. Venía con las alas de amarillo adiós, y, de tanto agitarse contra el aire, ya no alegraba una mariposa sino que una fuente ardía. Y corrió todavía con las alas de echar el resto: una mirada también ardiendo paralela al no puedo más en el costado de tren que siguió. 
La gallina que me diste la compartí con Rosa, ella me dio budín. En tren es casi lo que andar en mancarrón. 
Los que tocaban guitarra cuando me despedías vinieron alegres hasta Buenos Aires. 
Casi a mediodía entró el guarda con paso de "aquí van a suceder cosas", y hubo que ocultar a cuanta cotorra o pollo vivo inocente de Dios se estaba alimentando. 
En el ferry fue tan lindo mirar el agua. 
¿Y sabes?, no supe que estaba triste hasta que me pidieron que cantara.

No te dije de la luna. La luna es lo más alto. Cuando la mirábamos, ¿por qué hacíamos retemblar el índice sobre el labio hasta provocar un beruberu de acompañarla? ¿Nos lo enseñaste tú o papá? ¿Y qué era su despabilarse en niño Jesús subido al burrito sobre esa lumbre de peligro? Dame esas noticias. Nos quedábamos hasta bien tarde en enero para mirar. Ahí la tengo en el patio ahora, es lo más alto. La dejé atada del pino, mi cometa plateada y mi compaña, y me entré luna arriba para que muchos niños.
***

Me lavé la cara en la luna nueva.
Toda en subida venía desde los eucaliptos, dejando su aseo al otoño sucio de quemarse. Y se le distrajo el iris en aquella subida con la luna hasta la casa una nochecita, y nos dimos vuelta para no dejarla demasiado atrás, mientras las niñas musitaban beruberu distraído con el labio. Cuando aún no acabábamos de atrasarnos oímos voces que se dirigían hacia nosotros. Cantaban. Eran los artistas del circo que todavía andaban a campo traviesa, ansiosos de más baile. Una armónica nos dijo que no tuviéramos miedo. La luna grande en medio, nos cruzamos mirándonos mirándonos.
Las muchachas casaderas se reían detrás del camino Real masticando flores de leche y una lucecita respondía en el bajo la primavera.

Allá se ve una luz, dijo el avestruz.
Adonde, dijo el conde.
Allá en la loma, dijo la paloma.
En aquel rancho, dijo el carancho.
Habrá baile, dijo el fraile.
Habrá vino, dijo el zorrino.
Habrá caña, dijo la araña.
***

Instantes de un castillo de arena

Lo teníamos con una mano. Sin caer superficie apagada por las
orillas tornasoleadas de la lengua. Por hablarnos casi, murallita
entretenida en el sol demasiado. Te abriré una puerta, una ventana,
una bajamar de aldea.

El mar, la carretera nacional. Ni parada ni tiesa. A tocar con
estos ojos.

En vano unos niños se lo han pedido al mar. Entra, se instala.
Napoleón paralítico que destroza. Canta. La sal, el torreón, la
bandera.

Escúchalo.
Nosotros.

Una niñita basta, consigue atravesarlo, encuentra las cocinas.

Cantamos una marsellesa en el desastre. No lo para. Se cae en
pedazos el puente levadizo.

Difícil tiempo.

Encuentro aquel esqueleto del sol extraviado en los años.

No, no volveremos.

El agua vertical de la ola color viento. Lejos, ¿por qué no todo
el mar?

Una escoba siete mares, el mar.

La bandera era lo que más queríamos, lo que más nos gustaba,
la bandera incolor en la luz.


Mañana por la mañana
***

Olía triste. Nos llegaba la voz antes que el cuerpo, su voz cansada por el bajo. Y en la callecita, esa voz se callaba, los paraísos, para que la hilacha del cuerpo se detuviera atónita, se quedara mirándonos esperarla, su renguera se llevaba bien con el mentón.

Era tan triste esa llegada.

Y entonces no era una voz sino un velorio, un velorio con inacabables migas de pan sobre la falda. 
 **
De Arnaldo Calveyra, Obra reunida, Adriana Hidalgo Editora, 2008.
  ***
Entrevista
(Realizada en diciembre de 2004, en la librería de Alberto Casares, Buenos Aires)

"Uno puede tener un don, pero si a ese don no lo alimentás, de qué vale el don, ¿no? Cuánta gente dotada a la que no le pasa nada, desgraciadamente. Me es muy difícil empezar y terminar un poema. A veces pasan 20 años... Estaba haciendo el libro 'El maizal del gregoriano' y encontré una línea que había escrito en el año 62, lo encontré hace cinco años y trabajando con una línea salió un libro. Creo que soy bastante sistemático porque tengo la facilidad de tener una habitación y una vida bastante regular. No tengo vida social, no salgo, como es el hábito muy parisino de salir a cenar con la gente o con otros literatos. Yo no tengo esa vida, sería muy raro que yo salga para verme con otro literato, u otro poeta. En cambio, sí veo a la gente que pasa, a los argentinos que están de paso, eso sí, me alegro mucho. Entonces, todo eso hace que yo tenga mucho tiempo porque es producto del viaje, del traumatismo de tener que irme. Me es muy difícil saber que voy a perder tiempo, porque ese viaje está presente, 44 años después está presente. Ese traumatismo, esa dificultad que fue para mí irme del país, yo de alguna manera tengo que saldarla trabajando. Cuando paso el texto a la computadora es porque ya es la pre-publicación, veo cómo va a ser más o menos la página publicada. Yo hago varios manuscritos a manos. Cuando escribo a máquina es porque ya me estoy alejando, porque ya estoy más seguro de que eso es más viable. Lo cual no quita que si lo leo, lo vuelva a corregir. Hay mucho trabajo de corrección, mucho, mucho, mucho. Porque tal vez voy a la intuición lentamente también, paulatinamente. Voy de menor a mayor, entonces hay que corregir porque mi intuición va más profundo: cava más, va cavando."

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char