sábado, 20 de abril de 2013

Si devoro a mi dios uso su rostro debajo de mi máscara


OLGA OROZCO

[Olga Gugliotta]  
(Toay, La Pampa, Argentina, 1920-Buenos Aires, 1999) 

Entre perro y lobo

Me clausuran en mí.      
Me dividen en dos.
Me engendran cada día en la paciencia
y en un negro organismo que ruge como el mar.      
Me recortan después con las tijeras de la pesadilla
y caigo en este mundo con media sangre vuelta a cada lado:      
una cara labrada desde el fondo por los colmillos de la furia a solas,      
y otra que se disuelve entre la niebla de las grandes manadas.
No consigo saber quién es el amo aquí.      
Cambio bajo mi piel de perro a lobo.
Yo decreto la peste y atravieso con mis flancos en llamas      
las planicies del porvenir y del pasado;
yo me tiendo a roer los huesecitos de tantos sueños muertos entre celestes pastizales.
Mi reino está en mi sombra y va conmigo dondequiera que vaya,      
o se desploma en ruinas con las puertas abiertas a la
invasión del enemigo.      
Cada noche desgarro a dentelladas todo lazo ceñido al corazón,
y cada amanecer me encuentra con mi jaula de obediencia en el lomo.      
Si devoro a mi dios uso su rostro debajo de mi máscara,
y sin embargo sólo bebo en el abrevadero de los hombres      
un aterciopelado veneno de piedad que raspa en las entrañas.
He labrado el torneo en las dos tramas de la tapicería:      
he ganado mi cetro de bestia en la intemperie,
y he otorgado también jirones de mansedumbre por trofeo.      
Pero ¿quién vence en mí?
¿Quién defiende de mi bastión solitario en el desierto, la sábana del sueño?      
¿Y quién roe mis labios, despacito y a oscuras, desde mis propios dientes?

De Olga Orozco, Obra Poética, Corregidor, 2007

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char