viernes, 12 de abril de 2013

¿Cómo llamarte a ti, divinidad o mortal?


TORCUATO TASSO 

(Sorrento, Nápoles, 1544 - Roma, Italia, 1595)

A San Francisco de Asís

 ¡Oh tú a quien Cristo con su propia mano
 en el cuerpo imprimió las hondas huellas
 de las llagas sangrientas cuanto bellas
 que recibió en el leño soberano!

 Pues, ya, a tu pío Salvador cercano
 resplandecer las miras cual estrellas,
 no dejes que la voz de mis querellas
 a sus oídos se levante en vano.

 Sus golpes para mí son tan violentos
 como suaves para ti las llagas;
 estas eran de amor, esos son de ira;

 mas tú me los endulzas; tú me inspiras
 tanto tu puro ardor que con él hagas
 que en Dios hallé felices mis tormentos.

Traducción de Clemente Althaus
***
A un gracioso jovencito
(No se conoce si era Ariosto u otro)

¿Cómo llamarte a ti, divinidad o mortal?
Tú que eres bendecido con ese hermoso semblante
divino, y es divino el amor hecho constante,
que, por anidar en mí, dispone el alma.

Amor cierto es, espíritu de amor, y tal,
que me convierto en amoroso amante,
y el corazón, que semejaba al rígido diamante,
languidecer me siento en cada pulso.

Actúa en mí, que puedo ser, flecha o saeta:
enlázame en cada nudo: y si me desafía,
tornarme puedo, en la audaz espada de Marte.

Yo cuestiono tu guerra, o tu otra paz:
reinaré sobre ella; pero la querida
tu Psiche en la lejanía me sonríe.

De Luigi Roncoroni, Genio e pazzia in Torquato Tasso, Bocca, Torino 1896
***

Amor alma es del mundo; amor es mente
Que al sol dirige en su abrasado vuelo,
al astro errante que circunda el cielo
Hace que enfrene el curso o lo acreciente.

La tierra, el aire, el agua, el fuego ardiente
En viva llama o condensado hielo
Alimenta; por él dulce consuelo
Logra el hombre; por él la pena siente.

Mas aunque augusto rige a su mandado
Cuanto extendido abraza el hemisferio,
Mostró en los dos su fuerza más triunfante;

Y desdeñando el círculo estrellado,
En vuestros dulce ojos su alto imperio
Fijó, y sus aras en mi pecho amante.

Trad.: S/D
***
Al tiempo

Viejo y alado dios, nacido con el sol
Con un parto universal y con las estrellas;
Que destruyes las cosas y las renuevas,
Mientras por torcidas calles vuelas y revuelas;

Mi corazón, que languideciendo y se duele,
Y de las heridas y su espinas y ansias,
Después de mil argumentos uno no desarraiga,
No tiene, si no eres tú, quién otro, el cónsul.

Tú de ello plasmas los pensamientos, y das alegre
Obligaciones, que esparces las llagas: y eres evanescente
La niebla de donde se llenan los regios claustros.

Y tú la verdad trágica del fondo,
Donde es sumergida: y sin velo o sombra,
Desnuda y bonita a los ojos ajenos se muestra.

Trad.: S/D
***
Noche VII

     No, médico. No es propio de tu arte el curar esta calentura. Te engañas, o son falaces sus síntomas. El fuego que arde en mi seno es inmenso. No creas que para mitigarlo basten tus bebidas. Aunque bebiese el Po entero, no sentiría alivio alguno.
     Tú dices que esta fiebre es causa de los accesos a que se abandona mi mente de tiempo en tiempo. ¿Y qué? ¿Parécete acaso que yo deliro? Tú me calumnias. Mi razón es tan sólida como puede serlo la de otro hombre. Mi alma contempla un objeto... ¡Ah! Tú no sabes qué objeto contempla, y con cuánta intensidad...
     Fija los ojos en el sol en un mediodía de julio. Mira con detención su brillante disco, y recoge dentro de tus pupilas su inmenso resplandor. Titubearás dentro de poco, y los objetos que te rodean desaparecerán pronto de tu vista.
     ¡He aquí mi situación! Lleno enteramente del caro objeto por el cual vivo, mi corazón no enferma como pretendes. Guarda, pues, para los miserables sepultados en el lecho del dolor tu ciencia, si alguna tienes, y tus cuidados. Nunca habrás visto otro hombre más sano que yo.
     ¿Y sería posible que un hombre enfermo amase como yo amo? Existo todo en ella, no veo más que a ella; no busco, no quiero otra cosa...
     ¡Crueles! Dejadme en mi felicidad. Si yo diese un paso atrás, entonces tal vez necesitaría de los socorros de vuestro arte. Pero no, serían inútiles: moriría.

Trad.: Juan Camino
***
Cartas de Torcuato Tasso

"Su Señoría en la última suya me pide perdón por no haberme revelado su amor concupiscible; y por otro lado, que desde la primera que me ha escrito, de que no me haya revelado este su deseo carnal, y devuelve muy honesta causa de su secreto y del silencio usado entonces. Yo, que he deliberado conforme con aquella deliberación que le hice hace muchos años, de lo que soy, es decir de tener no sólo Su Señoría por querido y cordial amigo, hasta más querido y más intrínseco que todos los otros, y en suma por parte de mi alma, ya no quiere dejarla largamente en este error y en este engaño. (...)
Sepa pues, que no me ofendí por qué Su Señoría no me descubriera su amor, secreto al que por ninguna razón vosotros fuisteis obligados, pero me ofendí porque vosotros fuerais así gran injuria que el Ariosto planteaseis un no sé que. Ni sólo os ofendierais, pero a él escribierais de modo que bien se pudo comprender que vosotros estabais ofendido gravemente por él. A mí luego escribierais una carta llena de mucho desprecio, y nada más.
Confeso nos tuvisteis ocasión de dolernos entre vosotros mismo, que Ariosto hubiera revelado esta confidencia secreta a mí, y que el dolor me ha obligado a callar mis propios secretos; pero ciertamente ninguna razón quiso que, por de sí poca importancia tan abiertamente surgieran de vosotros palabras tan fuertes a él y a mí mismo contra mi reputación. El amigo tiene que esconder y aceptar los defectos del amigo y yo, que soy el más, así lo hago"
***

"Él me trata de mal modo, que no se cuida de dejarme satisfecho: no le basta con hacerlo de forma que yo pueda hacer constar [constatar] sino que se jacta ante otros de que me ofenda.
Yo le amo, y ansío amarlo en cualquier mes, porque me dio una tan gallarda impresión, que el amor hizo mella en mi ánimo, de manera que ni se puede en pocos días remover, ni siquiera por ofensas por grave que parezca; incluso espero que el tiempo curará mi ánimo de esta enfermedad amorosa, y me tornará nuevamente sano.
Qué cierto es que yo querría no amarlo, porque cuánto es amable su ingenio y su manera en él universal, pero es en cambio a mí parecer odiosos su particular proceder hacia mi [su modo de tratar me]. (...).
Llamo a esto amor y no benevolencia porque, en suma, es amor: en principio yo no era prudente y no me cuidaba, porque no logró despertar en mí nadie aquellos apetitos que suele llevar el amor, ni siquiera en la cama, donde hemos estado juntos. Pero ahora claramente yo evoco lo que ha sido o no amigable, pero si honesto amante, porque siento un gran dolor, no solo por lo poco que me corresponde en el amor, sino también por no poder hablar con él con aquella libertad, que teníamos, y su ausencia me aflige enormemente.
Por la noche no me despierto nunca sin que su imagen no sea la primera en presentárseme, y dirigiéndome el ánimo [reflejando en mi ánimo] cuanto yo lo he querido y honrado, y cuánto él ha escarnecido y ofendido, y, aquello que más me oprime (pareciéndome demasiado rígido en las resoluciones de no quererme), yo me aflijo mucho, e incluso dos o tres veces he llorado amargamente y pienso en esos momentos que Dios no se acuerda de mí" (...)

De Le lettere di Torquato Tasso, Rondinelli, Napoli 1856.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char