miércoles, 31 de octubre de 2012

Obligación de hacer silencio, por el propio bien

Tomada de ciudademergente.gob.ar

CECILIA ERASO
(Neuquén capital, Neuquén, Argentina, 1978. 
Reside en Buenos Aires desde 1997)

perspectiva

Un departamento con vista abierta
y nada de pulmones de manzana,
ni de laterales o frente a la calle:
una vista de precipicio
algo de salto, de abismo, de cosmos.

Ni ojos del alma ni vista en la mente,
mirar sin artificios ni hamacas,
sin pensamientos, ni infancia ni viento

la imposible mirada pura.
***
el silencio es salud

obligación de hacer silencio, por el propio bien
silencio, como en tardes ronronean las palomas
en eneros
sofocantes
de interiores de países
y los abedules cosquillean con su ramas a los astros,
con sus hebras de tapices destejiéndose en los años
suavecitos;

consecuencia de la pauta de los ritmos regulares
de a cientos aspersores crecen con los pastos,
y algo del olor de las piedritas deslucidas cuando el agua
se retira y algo
del olor que se despide de ese barro enemistado
con la idea de desvanecerse;

o mejor, obligación de someterse a ciertos ruidos
compitiéndole al latido, que mejor es no escucharse
las arritmias y las manos siempre lejos de la izquierda pectoral;

no será lo que soñaste la avenida en esos sueños
prolongados de montañas y flotando en este limbo
los sonidos funcionales a costillas algo inhóspitas,
vibrantes con el ritmo idiota,
el de los pensamientos;

dominada por la mano siempre insatisfecha,
una naturaleza menos generosa, una de cancha
de golfistas amainados
aunque siempre haya algún tero que complique
ese difícil artificio que es lo simple de los campos
cimentados por la industria, los aperos de labranza:

un antojo de nubes desteñidas corruptoras de hasta
las menores ansiedades, de un espacio grande como un cielo
sin recortes que baraje y dé otra vez, eso, un momento de
malvones recobrando hojas perdidas;

eso, estar afuera
***
Vaporcito

Hubo en el parque una locomotora vieja,
oxidada, para que jugáramos, sucia
con desperdicios humanos y tan felices
nosotros descompuestos.
La preferíamos por sobre el pasamanos,
más que a la pista, los patines, bicicletas;
la preferíamos tan sucia y descuidada
por el tiempo.
En aquel parque, hubo una locomotora
oxidada
por el pis, el tiempo y la arena del desierto.
***
Juncos

¿Quién iba a decirte que podrías ver
la dulce franja del atardecer
desde el plácido reposo de tu cama?

Hacia allá está orientada la ventana
más atrás el viento hostiga
las abandonadas antenas de tele
que crecen como juncos, como pastos,
florecidas, algunas, otras peladas,
se balancean.

También se menea como loco
el malvón, rojo y rosa,
perdiendo pétalos que se meten
para adentro y manchan la alfombra.

1 comentario:

Silvina dijo...

No la conocía. Gracias

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char