miércoles, 6 de junio de 2012

Ahora, mientras lavo los platos la mañana siguiente

 
Otro poema de TOM MAVER
(Buenos Aires, Argentina, 1985)


¿Para qué definir lo que está
en constante movimiento, para qué?
Sin ir más lejos, eso que yo llamo mi casa
por no decirle lluvia de madrugada
aunque lo sea, o incluso embarcación en altamar,
no deja, por eso, de tener un puerta
por donde entra el viento, la luz, el polvo,
como vos, constantes forasteros que la pueblan.
Pienso en mi corazón o en el tuyo, y me maravillo.
¿Qué habré hecho para merecer
otra mañana, qué extraña energía me empuja
hacia el presente? ¿Y a vos?
Llegás como si nada, y nada me resulta
tan asombroso como esto de que estés
a mi lado, sin fisuras, vos, a quien creí parte
del viento huracanado que, según dijiste,
parecía mover la casa de lugar.
Y en efecto, desde que llegaste, todo
parece haber sido movido. De pronto, tomás la guitarra
y dejás de hablarme para ponerte a cantar.
Qué extraño sentir que ahora este mundo llega
hasta donde llega tu voz.
Dios mío,
¿no serás acaso algo que desde siempre,
desde antes incluso que yo llegara, conmueve,
atrae y rodea mis fuerzas?
Antes de que todo esto termine, antes
de que calles y juntes tus cosas para irte,
miro mis manos, las abro y cierro
mientras la música sigue melodiosa
como corriendo entre mis dedos…
¿Quién, yo podría preguntarte, puede detener los huracanes?
Ahora, mientras lavo los platos la mañana siguiente
vuelvo a mirar mis manos, y me pregunto,
¿quién no es asombroso como un huracán,
quién no es un mundo atravesado de huracanes?
***

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char