jueves, 9 de mayo de 2013

Todos rodeados de niebla, niebla en todas partes

CHARLES DICKENS
Tomada de healthythoughts.in

(Portsmouth, Inglaterra, 1812-1870) 

Fragmentos

Niebla por todas partes. Niebla río arriba, donde fluye entre silenciosos prados verdes; niebla río abajo, donde rueda profanada entre los barcos y el agua contaminada de una enorme (y sucia) ciudad. Niebla en los pantanos de Essex, niebla en las alturas de Kent. Niebla en las cabinas de los bergantines carboneros; niebla sobre los astilleros cerniéndose sobre el aparejo de los grandes buques; niebla sobre las bordas de las gabarras y los botes. Niebla en los ojos y las gargantas de ancianos retirados de Greenwich, que carraspean junto a las chimeneas en las salas de los hospitales; niebla en la boquilla y en la cazoleta de la pipa que se fuma por la tarde el patrón malhumorado; niebla que enfría cruelmente los dedos de los pies y de las manos del aprendiz que tirita en cubierta. Gentes que pasan por los puentes y miran por encima el cielo bajo la niebla, todos rodeados de niebla, niebla en todas partes, como si estuvieran metidos en un globo, colgados en medio de las nubes neblinosas.   

De Casa desolada
***

"Eran los mejores tiempos, era los peores tiempos, la edad de la sabiduría, el ciclo de la estupidez, la fase de la creencia, la etapa de la incredulidad, la estación de la Luz, la hora de las Sombras, era la primavera de la esperanza, el invierno de la desesperación, lo teníamos todo por delante, nada había frente a nosotros..."

"A lo largo de las calles de París avanzaban con estruendo los toscos y trágicos carros de la muerte. Seis carretas llevaban el vino del día a la guillotina... Seis carretas rodaban a lo largo de las calles. Vuélvelas a lo que eran antes, Tiempo, tú que eres un poderoso mago, y se verán las carrozas de monarcas absolutos, los equipajes de nobles feudales, los vestidos de rutilantes jezabeles, las iglesias que no son la casa de mi padre, sino guaridas de ladrones, las chozas de millones de hambrientos campesinos."

"De mi puedo decir que mi mayor deseo sería olvidar que de él formo parte. Ni el mundo tiene algo bueno."

De Historia de dos ciudades 
***
Una fría noche de invierno, en una pequeña ciudad de Inglaterra, unos transeúntes hallaron a una joven y bella mujer tirada en la calle. Estaba muy enferma y pronto daría a luz un bebé. Como no tenía dinero, la trasladaron al hospicio, una institución regentada por la junta parroquial de la ciudad que daba cobijo a los más necesitados. Al día siguiente nació su hijo y, poco después, ella murió sin que nadie supiera quién era ni de dónde venía. Al niño lo llamaron Oliver Twist.

En aquel hospicio pasó Oliver los diez primeros meses de su vida. Transcurrido este tiempo, la junta parroquial lo envió a otro centro situado fuera de la ciudad donde vivían veinte o treinta huérfanos más.
Los pobrecillos estaban sometidos a la crueldad de la señora Mann, una mujer cuya avaricia la llevaba a apropiarse del dinero que la parroquia destinaba a cada niño para su manutención. De modo, que aquellas indefensas criaturas pasaban mucha hambre, y la mayoría enfermaba de privación y frío.

De Oliver Twist 
***
PRIVADO
SEÑOR EUGENNE MORTIMER
SEÑOR MORTIMER LIGHTWOOD
(Las oficinas del señor Lightwood están enfrente)

—¡Bueno! —dijo Eugene, a un lado del fuego—. Me siento pasablemente cómodo. Espero que el tapicero pueda decir lo mismo.
—¿Que iba a impedírselo? —preguntó Lightwood, desde el otro lado del fuego.
—Claro —añadió Eugene, reflexionando—, no está al tanto de nuestros asuntos pecuniarios, así que quizá esté de lo más tranquilo.
—Le pagaremos —dijo Mortimer.
— ¿De verdad? —replicó Eugcne indolentemente sorprendido—. ¡No me digas!
—Lo que es yo, tengo intención de pagarle —dijo Mortimer, en un tono un tanto ofendido.
— ¡Ah! Yo también tengo intención de pagarle —replicó Eugene—.
—Lo que es yo, tengo intención de pagarle —dijo Mortimer, en un tono un tanto ofendido.
— ¡Ah! Yo también tengo intención de pagarle —replicó Eugene—. Pero tengo intención de hacer tantas cosas que... no tengo intención de hacer.
— ¿No?
—Tantas que solo tengo intención de hacerlas, y solo tendré siempre esa intención, y nada más, mi querido Mortimer. Es lo mismo. Mortimer, repantingado en su butaca, le observaba mientras él también permanecía repantingado en su butaca y estiraba las piernas sobre el felpudo de la chimenea, al tiempo que decía, con ese aire divertido que Eugene Wrayburn siempre despertaba en él sin pretenderlo y sin que le preocupara:
—De todos modos, tus caprichos han aumentado la factura.
— ¡Llamas caprichos a las virtudes domésticas! —exclamó Eugene, elevando los ojos al techo.
—Es la cocina tan completa que tenemos —dijo Mortimer—, en la que nada se cocinará nunca...
—Mi queridísimo Mortimer —replicó su amigo, levantando perezoso la cabeza para mirarlo—. ¿Cuántas veces te he señalado que lo importante es la influencia moral?
— ¡Su influencia moral sobre este sujeto! —exclamó Lightwood, riendo.
—Hazme el favor —dijo Eugene, levantándose de su butaca con gran seriedad— de indicarme qué detalle de nuestro hogar menosprecias tan a la ligera. —Tras decir esas palabras, cogió una vela y condujo a su compinche hacia la cuarta habitación de las que disponían (una pequeña y estrecha), que estaba completa y pulcramente equipada como cocina—. ¡Fíjate! —dijo Eugene—: barril de harina en miniatura, rodillo, especiero, estante de tarros marrones, tabla de cortar, molinillo de café, aparador provisto de todo tipo de vajilla, sartenes y cacerolas, asador, un delicioso hervidor, un arsenal de cubreplatos. La influencia moral que estos objetos, al conformar las virtudes domésticas, podrían llegar a ejercer sobre mí es inmensa; sobre ti no, pues eres un caso perdido, pero sí sobre mí. De hecho, creo que estas virtudes domésticas ya están formando en mí una idea. Haz el favor de entrar en mi dormitorio. Un secreter, ¿ves?, un abtruso conjunto de casilleros de caoba maciza, uno para cada letra del alfabeto. ¿Qué utilidad le doy? Recibo una factura... pongamos que de Jones. Rotulo pulcramente en el secreter, Jones, y lo pongo en el casillero de la J. Es lo más parecido a pagar la factura, y para mí es igual de satisfactorio. Y no sabes cuánto deseo, Mortimer —hablaba sentado en la cama, con el aire de un filósofo impartiéndole saber a un discípulo—, que mi ejemplo pueda inducirte a ti a cultivar hábitos de puntualidad y método; y, mediante la influencia moral de todo lo que te he rodeado, alentar en ti la formación de virtudes domésticas.

Traducción de Damián Alou

De Nuestro común amigo

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char