viernes, 31 de mayo de 2013

El sol brilla, brilla sin compasión


MATSUO BASHŌ

Matsuo Kinsaku
(Ueno, 1644 - Osaka, Japón, 1694)


SENDAS DE OKU
(Matsuo Basho emprendió en 1689 el cuarto de sus cinco viajes poético-espirituales por las entonces poco transitadas tierras al norte de Edo (Tokio). Más de dos mil kilómetros a pie que plasmó en un inmortal diario, Senda hacia tierras hondas.) 


Los meses y los días son viajeros de la eternidad. El año que se va y el que viene también son viajeros. Para aquellos que dejan flotar sus vidas a bordo de los barcos o envejecen conduciendo caballos, todos los días son viaje y su casa misma es viaje. Entre los antiguos, muchos murieron en plena ruta. A mí mismo, desde hace mucho, como jirón de nube arrastrado por el viento, me turbaban pensamientos de vagabundeo. Después de haber recorrido la costa durante el otoño pasado, volví a mi choza a orillas del río y barrí sus telarañas. Allí me sorprendió el término del año; entonces me nacieron las ganas de cruzar el paso Shirakawa y llegar a Oku cuando la niebla cubre cielo y campos. Todo lo que veía me invitaba al viaje; tan poseído estaba por los dioses que no podía dominar mis pensamientos; los espíritus del camino me hacían señas y no podía fijar mi mente ni ocuparme en nada. Remendé mis pantalones rotos, cambié las cintas a mi sombrero de paja y unté moka quemada en mis piernas, para fortalecerlas. La idea de la luna en la isla de Matsushima llenaba todas mis horas. Cedí mi cabaña y me fui a la casa de Sampu, para esperar ahí el día de la salida. En uno de los pilares de mi choza colgué un poema de ocho estrofas. La primera decía así:
Otros ahora
en mi choza - mañana
casa de muñecas.

***
Subiendo el monte, a unos veinte cho (dos kilómetros) de distancia hay una cascada. Se despeña desde lo alto de una cueva, cayendo unos cien pies a un abismo de mil rocas, lleno de verdor. Me refugié en la oquedad y miré el panorama desde detrás de la cascada, comprendiendo  por qué se le llama cascada de Urami.

Me quedo un rato
 detrás de la cascada.
   Entra el verano.

***
Durante tres días se desató un temporal de viento y lluvia, por lo que no tuvimos más remedio que permanecer encerrados en aquel lugar montaraz.

Pulgas, piojos,
 meando los caballos...
  ¡Vaya almohada!



Traducción de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya. Seix Barral, 1981.

***


No hablaron una palabra
el anfitrión, el huésped
y el blanco crisantemo.
* * *
Ah, este camino
que nadie recorre,
excepto el crepúsculo.
* * *
El camino de la muerte,
a pesar del sol de otoño,
¿quién querría emprenderlo?
* * *
La luna de la montaña
ilumina también
a los ladrones de flores.
* * *
¿Admirable,
aquel que no piensa: “la vida huye”
al ver el relámpago?
* * *
También esta cabaña de paja
en este mundo tornadizo
ha de transformarse en casa de muñecas.
* * *
¡Qué gloria!
Las hojas verdes, las hojas jóvenes,
bajo la luz del sol.
* * *
En la montaña de verano,
adoro las sandalias divinas;
viaje a la vista.
* * *
Quedó plantado
el arrozal
cuando me despedía del sauce.
* * *
De los cerezos en flor
al pino de dos troncos:
tres meses.
* * *
Pétalos de lirios
atarán mis pies:
los cordones de mis sandalias.
* * *
Bajo un mismo techo
durmieron las cortesanas,
la luna y el trébol.
* * *
Muévete, oh tumba,
muestra que me reconoces:
soy el viento de otoño.
* * *
Frescura de otoño.
Melón y berenjena
para cada huésped.
* * *
El sol brilla, brilla
sin compasión.
Pero el viento es de otoño.
* * *
Si he de morir
en el camino,
que sea entre los campos de trébol.
* * *
Desde hoy el rocío
borrará tu nombre
de mi sombrero.
* * *
Entre las olas:
acá, los pétalos,
allá, las conchas.
* * *
Al despedirme,
escribí algo en el abanico,
pero lo borré.

Versiones de Tsutomu Takagi y Alberto Manzano

1 comentario:

Ana Castro dijo...

Iluminan hermosos.
Gracias

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char