miércoles, 18 de abril de 2012

En la arena seca de la luz del día

ÚRSULA KROEBER LE GUIN
(Berkeley, California, EE.UU., 1929)

Llevada por la corriente, arrojada por las olas, inmensamente arrastrada por el entero poder del océano, se mueve la medusa en el abismo del mar. La luz brilla a través de ella, la oscuridad la penetra. Llevada, arrojada, arrastrada de un lugar cualquiera a cualquier otro lugar, porque en el mar profundo no hay más compás que cerca y lejos, alto y bajo, la medusa se eleva y se mueve; el pulso late ligero y rápido dentro de ella como late el vasto pulso del día en el mar llevado de la luna. Elevándose, meciéndose, latiendo, la más vulnerable e insustancial de las criaturas tiene por defensa la violencia y el poder de todo el océano, al que le ha confiado su ser, su movimiento y su voluntad.  
Pero aquí surgen los sólidos continentes. Las masas de piedra y los farallones de roca surgen rudamente del agua y entran en el aire, ese espacio exterior seco y terrible de esplendor e inestabilidad, donde no hay sustento para la vida. Y ahora, las corrientes engañan y las olas traicionan, rompiendo su círculo infinito, para saltar en estrepitosa espuma contra la roca y el aire, rompiendo...
¿Qué hará la criatura formada por el mar en la arena seca de la luz del día? ¿Qué hará la mente, cada mañana, al despertar?
De La Rueda Celeste, Edhasa, 1987.

Para leer algo más y una entrevista a la autora, haga clic aquí
Foto: tomada de escuchandoconlosojos.blogspot.com

2 comentarios:

Alejandro Pinto dijo...

Con que acá andaba la bendita medusa. Genia Ursula. Un abrazo Irene!

Irene Gruss dijo...

¡Así es, así es! Gracias, Ale; Irene

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char