sábado, 11 de agosto de 2012

Seda vertida del sexo mudo

Otros poemas de SANDRA TORO
(Buenos Aires, Argentina, 1968)

UNO DE MÍ

Arropada
en la comisura de tu boca
una linyera
despliega su sábana de diarios
si es de noche.
Se alimenta
de los besos que no das.
Tras ella tu silencio
es un perro
enredándose en sus trapos
y tus palabras
piedras
que los chicos arrojan
desde el puente
como si fueran flores.
***
I

No es sangre lo que riega mi músculo estos días
en que nada reclama la carne más que la tierra.
No sé gritar. El labio seco se tuerce como diciendo

Si entra por esa puerta
seguro no es agua lo que me dará de beber.
Su hueso emana un vapor tóxico. Un humo azul
quita el aliento.

Tan débil como ese caracol
sólo que mi fragilidad
no se ampara en belleza alguna.

Al menos si la luna saliera sería mi amiga
su blancura me lamería el rostro
su negra toga cedería los pezones ocultos
para que mamase su cachorra.

Afuera nadie reconoce mi nombre.
Lo prometo
cada vez haré menos ruido.

Soy un tubérculo.
Aquí y allá mi piel cruje y se rompe. Florece
en delicados filamentos. Anzuelos diminutos
me adhieren a este rincón de sombra.

Esto es a lo que llaman echar raíces.
***
Latrodectus mactans

Pinzar el extremo del hilo
con la garra.
Y tirar.

Así desmadejamos,
Penélope,
noche a noche
el camino a Ítaca.

Así vos
yo
nacidas de la misma
casta: tejedoras,
embaucamos al tiempo.

Arañas
de vientre condenado
donde a fuego la marca
del reloj.

Seda vertida
del sexo mudo
para trazar
(mandala
o laberinto)
el lecho nupcial
que nos abrace al consorte.

Túmulo
de ese eterno retorno.
***
SUPERSTICIÓN


 “(…) su madera era un talismán contra el ahogamiento(…)               
la crueldad del fresno de que habla Gwion consiste
en lo nocivo de su sombra para la hierba o el grano.”
                                                                               Robert Graves, La Diosa Blanca


Antes que la marea anegue mi garganta,
entre tus dos costados se extiende
la piedad de la crucifixión.

Hermano fresno, pura superchería
me enrosca a tu tronco que estrangulo
recuperando antiguas formas.

El cuerpo condenado a arrastrarse
por la ambivalencia de la lengua
por la manzana insípida.

Sea tu sombra la que niegue
a la hierba crecer sobre mi mármol
y tu raíz, la soga que someta
mi peso al peso del mundo
y de los hombres.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char