lunes, 18 de septiembre de 2017

Santa inutilidad de la belleza

Salvadora Medina Onrubia
(La Plata, Buenos Aires, Argentina, 1894-id, 1972)

Mi verso...

Como una juglaresa con sus bolas doradas
juego yo con los metros
para mí, el metro no tiene secretos ¡pero odio el metro!
Como la domadora india de panteras
que con una mirada arrodilla sus fieras
he domado la rima.
Pero odio la rima.

Me enferma la asonancia monótona del verso medido
del verso rimado
me crispa los nervios ese sonsonete
bárbaro y cansino del verso latino
odio rima y metro
estúpidas leyes
que atreverse quieren a encerrar la ideal suelta, libre y única
en estrechos caminos trillados
en cuadros medidos y clasificados.

Santa inutilidad de la belleza
y belleza sagrada de lo libre.

Amo la idea en bruto que surge impetuosa
igual que un torrente
la que no conoce vallas ni caminos
y rompe con todas las leyes posibles
abriéndose cancha
por donde a su antojo soberano andará
igual que un torrente brutal de belleza
que salta por todo
¡Quiero que mi verso
se abra paso, rugiente y sonoro
y libre
igual que un torrente brutal de belleza
que arrase con todo!
***
Transmigración

Yo soy la hierofántida de la Melancolía
custodio en sus altares grandes vasos votivos
mi voz grave, ennoblece, serena, los motivos
piadosos de los salmos que canto cada día.
En los divinos tiempos que Grecia florecía
yo los fuegos sagrados mantuve siempre vivos
y ya sola en el templo con mis dioses esquivos
de un tajo abrí mis venas…En mi larga agonía
de las turbas cristianas yo escuchaba las voces
fui la última pagana que murió con sus dioses!
Hoy mi alma rediviva presiente que como antes
al templo que custodia llega la turba ansiosa…
Volveré a abrir mis venas, y a los pies de la diosa
las gotas de mi sangre serán como diamantes.
***
General Uriburu:
Acabo de enterarme del petitorio presentado al Gobierno Provisional pidiendo “magnanimidad” para mí.
Agradezco a mis compañeros de letras su leal y humanitario gesto; reconozco el valor moral que han demostrado – en este momento de cobardía colectiva-, al atreverse – por mi piedad-, a desafiar sus tronantes iras de Júpiter doméstico. Pero no autorizo el piadoso pedido.
“Magnanimidad” implica perdón a una “falta”. Y yo, ni recuerdo faltas ni necesito magnanimidades.
Señor General Uriburu: Yo sé sufrir. Sé sufrir con serenidad y con inteligencia. Y desde ya lo autorizo que se ensañe conmigo si eso le hace sentirse más general y más presidente.
Entre todas esas cosas defectuosas y subversivas en que yo creo, hay una que se llama Karma (no es un explosivo, es una ley cíclica). Esta creencia me hace ver el momento por el que pasa mi país como una cosa inevitable, fatal pero necesaria para despertar a los argentinos un sentido de moral cívica dormido en ellos.
Y en cuanto a mi encierro: es una prueba espiritual más y no es la más dura de las que mi destino, es una larga cadena. Soporto con todo mi valor la mayor injuria y la mayor vergüenza con que puede azotarse a una mujer pura, y me siento por ello como ennoblecida y dignificada. Soy en este momento como un símbolo de mi patria. Soy en mi carne la Argentina misma, y los pueblos no piden magnanimidades.
En este innoble rincón donde su fantasía conspiradora me ha encerrado me siento más grande y más fuerte que usted, que desde la silla donde los grandes hombres gestaron la Nación, dedica sus heroicas energías de militar argentino a asolar hogares respetables e infamar a una mujer ante los ojos de sus hijos… y eso que tengo la vaga sospecha de que usted debió salir de algún hogar y debió también tener una madre.
Pero yo sé bien que ante los verdaderos hombres y ante todos los seres dignos de mi país y del mundo –en este inverosímil asunto de los dos-el degradado y el envilecido es usted, y que usted, por enceguecido que esté, debe saber eso tan bien como yo.
General Uriburu, guárdese sus magnanimidades junto a sus iras, y sienta cómo, desde este rincón de miseria, le cruzo la cara con todo mi desprecio.
Salvadora Medina Onrubia
Cárcel del Buen Pastor, julio 5 de 1931

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char