sábado, 5 de agosto de 2017

Un azul casi inhumano

PATTI SMITH

(Chicago, EE.UU., 1946)

“Lo que he perdido y no puedo encontrar, lo recuerdo. Lo que no puedo ver, intento evocarlo. Funciono a base de impulsos concatenados que rayan la iluminación.”

Carta de despedida a Sam Shepard
(Fragmentos)

My Buddy (Mi Colega)

Pocas veces la traducción de dos palabras se queda corta: ¿Cómo traducir My buddy? ¿Mi amigo? ¿Mi mejor amigo? ¿Mi amigo del alma? 
“Él me podía llamar tarde, por la noche, desde un punto perdido, un pueblo fantasma de Texas, un área de servicio de Pittsburgh, o de Santa Fe, donde habría detenido su coche en el desierto, para escuchar a los coyotes aullar.”

Cantó en esas montañas al lado de una fogata, canciones escritas por hombres rotos enamorados de su propia naturaleza desaparecida. Envuelto en mantas, durmió bajo las estrellas, a la deriva en las nubes de Magallanes.

“Sam me prometió que un día me mostraría el paisaje del suroeste, porque aunque viajaba mucho, yo no había visto mucho de nuestro propio país. Pero Sam tenía su mano debilitada por una enfermedad debilitante. Eventualmente dejó de empacar e irse. Desde entonces, lo visité, y leímos y hablamos, pero sobre todo trabajamos. Trabajamos en su íntimo manuscrito, como valentía reunió una reserva de resistencia mental, haciendo frente a cada reto que el destino le asignó. Su mano, con una luna creciente tatuada entre su dedo pulgar y su dedo índice, descansaba en la mesa frente a él. Ese tatuaje era un recuerdo de nuestros días jóvenes, el mío un rayo en la rodilla izquierda.
“Al repasar un pasaje en el que describía el paisaje del oeste, de pronto me miró y me dijo: ‘Lamento no poder llevarte ahí’. Sonreí, porque de alguna manera él ya lo había hecho. Sin una palabra, con los ojos cerrados, recorrimos el desierto americano que desplegaba una alfombra multicolor: el polvo del azafrán, luego rojizo, incluso el color del vidrio verde, verdes dorados, y luego, de repente, un azul casi inhumano. Arena azul, le dije, llena de asombro. ‘Azul todo’, dijo, y las canciones que cantamos tenían un color propio.”
No teníamos que hablar, y eso es una amistad real. Nunca incómoda con el silencio, el cual, en su forma bienvenida, es una extensión de la conversación. Nos conocíamos el uno al otro desde hace tanto tiempo. Nuestros caminos no podían ser definidos o despedidos con unas pocas palabras describiendo una juventud despreocupada. Éramos amigos, para bien o para mal, sólo éramos nosotros mismos. El paso del tiempo no hizo otra cosa más que reforzar eso." 
Me imaginé sentada en la mesa de la cocina, alcanzando esa mano tatuada.


Fuentes: The New Yorker y Periódico La Jornada

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char