sábado, 29 de julio de 2017

Su idioma se llama Queja

AUGUST STRINDBERG

(Estocolmo, Suecia, 1849-id., 1912)

"LA HIJA DE INDRA.- Y oigo sonidos que vienen de allá abajo … ¿Qué clase de seres viven allá?
LA VOZ DE INDRA .- Baja y verás … no quiero calumniar a los hijos del Creador, pero lo que oyes desde aquí es su idioma.
LA HIJA DE INDRA.- Suena como … no suena muy alegre.
LA VOZ DE INDRA.- ¡Así es! Su idioma se llama Queja. ¡Sí, sí! Los que habitan la Tierra son unas gentes insatisfechas y desagradecidas."
De Comedia Onírica.
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Tras diez años en provincias estoy de vuelta en mi ciudad natal –ahora mismo, sentado a la mesa, comiendo con los viejos amigos–. Rondamos todos los cincuenta años, los más jóvenes del grupo pasan de los cuarenta o por ahí andan. Nos sorprende no haber envejecido desde la última vez. Se aprecia, desde luego, algo de gris en la barba y en las sienes, aquí y allá, pero hay también algunos que han rejuvenecido desde el último encuentro, y que reconocen que en torno a los cuarenta años sucedió un cambio notable en sus vidas. Se sentían viejos y dieron en pensar que su vida se acababa; descubrían enfermedades inexistentes; sus brazos se agarrotaban y les resultaba difícil enfundarse el abrigo. Todo se les antojaba viejo y raído; todo se repetía, todo sucedía siempre de la misma manera; la nueva generación se abría paso desafiante, sin prestar la más mínima atención a los logros de la anterior; sí, y lo más terrible era que los jóvenes descubrían las mismas cosas que nosotros habíamos descubierto y, peor aún, exhibían sus viejas novedades como si nadie antes hubiera barruntado nada.
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Lo que he ganado con la soledad es poder decidir por mí mismo mi dieta espiritual. No tengo que ver a mis enemigos en mi propia casa, sentados a mi mesa, ni escuchar en silencio mientras alguien se burla de lo que yo más estimo; no tengo que escuchar, dentro de mi casa, la música que aborrezco; evito ver periódicos, tirados por ahí, con caricaturas de mis amigos y de mí mismo; me he liberado de leer libros que desprecio y de visitar exposiciones y admirar cuadros que no me gustan. En una palabra, soy dueño de mi alma en aquellos casos en los que uno tiene algún derecho de serlo, y puedo elegir mis simpatías y antipatías. No he sido nunca un tirano, lo único que he pretendido es dejar de ser tiranizado, cosa que no soportan las personas tiránicas. Al contrario, siempre he odiado a los tiranos, y esto es algo que los tiranos no perdonan.
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Allí estaba yo sentado, con todo a mis espaldas: ¡todo, todo, todo! ¡La lucha, la victoria, la derrota! Todo lo más amargo y lo más dulce de la vida. Y entonces, ¿qué? ¿Estaba cansado y viejo? No, la lucha continuaba, con más furia que nunca, más en serio y a mayor escala, ¡adelante, siempre adelante! Pero, mientras que antes solo había tenido enemigos delante de mí, ahora los tenía delante y detrás. Me había tomado un rato de descanso para poder proseguir, y sentado en este sofá, en esta casa, me sentí tan joven y apto para la lucha como treinta años antes, con la diferencia de que ahora el objetivo era nuevo, pues las viejas piedras miliares estaban ya a mi espalda. Los que se habían detenido y quedado atrás querían, desde luego, retenerme, pero yo no podía esperar, por eso había tenido que salir a reconocer los desiertos solo, a buscar nuevos caminos y sendas; a veces, engañado por un espejismo, me tocaba darme la vuelta y retroceder; pero esto solo hasta llegar a una encrucijada; y desde allí, de nuevo hacia delante. 

De Solo. Mármara Ediciones. Traducción de Manuel Abella.
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¡Poetas!
¿Todavía llorando por ideales perdidos?
¡Tienen todas las épocas su idea propia del mundo,
la tenemos nosotros sobre la realidad!
¡Guarda fidelidad vosotros a las vuestras!
¡Con las nuestras seguimos!

¡Poetas!
¿Por qué nobles salmodias sobre tan nobles temas?
En la vida brindada lo sublime es la vida.
¿Por qué tenéis por cierta la belleza aparente?
Es fea la verdad si hermosa es la apariencia.
¡Lo feo es lo auténtico!

De Mal de amor
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Aquí descansa Ismael, hijo de Agar, cuyo nombre fue alguna vez llamado Israel, porque sostuvo una lucha con Dios, y no cesó de luchar hasta caer derrotado por su Dios omnipotente(…) Yo, que soy el que más sufre, cuyo tormento más penoso es éste: ¡No pude ser lo que anhelé!”

De Camino real

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char