miércoles, 26 de abril de 2017

El ser del canario

Ramón Minieri

(Río Colorado, Río Negro, Argentina, 1946)

La escuela de las aves

Suele suceder que los pájaros, cuando de
pequeños han escuchado el canto de otras
aves, canten notas distintas de las que
cantan sus padres.
Aristóteles

En mi infancia
está mi corazón
y en el corazón de mi infancia
es verano
en la casa de Tandil
y en la cocina
que es el corazón de la casa
está cantando un canario
mi abuela dice
que refresca el aire
el ser del canario
es aprender
eso aprendo
a este
mi nonna le dio escuela
en invierno
les convidaba a las calandrias
perlas de grasa pella
un cantarito de agua
y ellas
le pagaban el favor con exceso
montaban en el patio
su taller de diamantes
de esquirlas luminosas
e instruían al cantor doméstico
en materia de lumbre y despilfarro
igual que los linyeras anarquistas
que iban de campo en campo
y enseñaban a leer a los chicos
a cambio de catre y tumba
a más mi abuela
puertas adentro
daba clases de música de radio
óperas y violines
el canario y yo
escuchábamos
así después
cada vez que Piquín cantaba
repasábamos juntos las lecciones
de Fritz Kreisler
de Lily Pons
de las calandrias
anarquistas
***
El pez de oro 

El niño juega
al otoño,

atesora
muerte más muerte roja
en la vereda:

es la estación
de las granadas,
cinabrio

carne
en tránsito al cristal.

(¡Ah
y no ser
el pez de oro
el oculto
emisario de sí mismo

suspendido
esperándose
en lo oscuro!).

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char