sábado, 11 de marzo de 2017

No debes encerrar en tu abrazo a la noche

Friedrich Ruckert

(Alemania, 1788-1866)

Canciones para los niños muertos
Entre 1901 y 1904 Gustav Mahler (Kalisch, 1860 - Viena, 1911) compuso una selección de poemas que había escrito Friedrich Rückert llorando la muerte de sus dos hijos.

1.
Ahora el sol se levantará tan radiante
como si la noche no hubiera traído desgracia.
La desgracia me ha ocurrido sólo a mí,
mientras que el sol brilla para todos.

No debes encerrar en tu abrazo a la noche,
sino sumergirla en la luz eterna.
Una lampara se enciende en mi morada,
¡saludad a la alegre luz del mundo!

2.
Ahora entiendo por qué lanzas
tan oscuras llamas hacia mí,
¡Oh ojos!
Como si desearas recoger
todo tu poder en una simple mirada.
Pero no sospeché, que la confusión hilada
por el frustrante destino que me envuelve,
producido por el regreso a casa,
era la fuente de todas las desgracias.

Querías decírmelo con tu fulgor:
Nos gustaría estar contigo,
pero nos fue denegado por el destino.
¡Miradnos, pronto estaremos lejos de ti!
Aquellos que ahora nos observan,
no serán más que estrellas en la noche.

3.
Cuando tu madre
viene hacia la puerta,
y giro la cabeza,
para observarla,
mi mirada no cae
primero hacia su rostro,
sino sobre el lugar,
cerca del umbral,
donde tu pequeña carita
solía estar,
cuando tú, radiante de alegría,
entrabas, también,
tan normal, mi hijita.

Cuando tu madre
viene hacia la puerta
a la luz de la vela,
me parece como si
estuvieras entrando,
fugazmente tras ella,
como solías hacer, a la habitación.

Oh tú, trocito de tu padre,
¡ay, tan pronto,
mi alegría, tan pronto extinguida!

4.
¡A menudo pienso que nos abandonaron!
¡Pronto regresarán a casa!
¡Bello día! ¡No estéis inquietos!
Sólo están haciendo una larga caminata.

Desde luego, nos abandonaron
y regresarán ahora a casa.
¡Oh, no os inquietéis, es un bello día!
¡Han ido a caminar por las altas colinas!

Nos han abandonado antes de tiempo
¡y no querrán regresar a casa!
¡Les cogeremos en las altas colinas al ocaso!
¡Es un bello día sobre las altas colinas!

5.
Con este tiempo, con este tumulto,
no debería haber enviado fuera a los niños;
alguien les llevó fuera,
y yo no he dicho nada.

Con este tiempo, con este tumulto,
no debería haber enviado fuera a los niños;
ellos podrían caer enfermos,
vanos son ahora los pensamientos.

Con este tiempo, con este horror,
he dejado salir a los niños,
ellos podrían morir mañana,
no debo de preocuparme de eso ahora.

Con este tiempo, con este horror,
no debería haber enviado fuera a los niños;
Fueron raptados,
no podría decir una palabra contra eso.

Con este tiempo, con esta tormenta, con este tumulto,
descansan como si en la casa de su madre,
no se asustaran por ninguna tempestad,
protegidos por la mano de Dios.
Están esperando como si estuvieran
en la casa de su madre.

Versiones sin datos
**
¡No escuches mis canciones! 

¡No escuches mis canciones!
Mis ojos miran al suelo
como si hubiese hecho algo malo.
Ni siquiera yo mismo
me atrevo verlos crecer.
¡Tu curiosidad es una traición!

Cuando las abejas construyen sus celdas
no se observan entre ellas
ni tampoco se observan a sí mismas.
Mas cuando a los deliciosos panales
bañe la luz del día,
¡entonces serás la primera en probarlos!
**
A medianoche

A medianoche
me despierto
y miro al cielo;
ni una estrella de la galaxia
me sonríe
a medianoche.

A medianoche
pensé
en los sombríos espacios infinitos.
Mas ningún pensamiento luminoso
me trajo consuelo
a medianoche.

A medianoche
presté atención
a los latidos de mi corazón;
sólo un pulso de tristeza
me incendió
a medianoche.

A medianoche
peleé en la lucha,
¡oh, Humanidad! de tu sufrimiento;
mas no pude decidirla
ni con toda mi fuerza
a medianoche.

¡A medianoche
puse mis fuerzas
en tus manos!
¡Señor! ¡Sobre la vida y la muerte
Tú eres el centinela
a medianoche!

Versiones de Francisco López Hernández 
**
Dedicatoria 

Tú, mi alma; tú, mi corazón;
tú, mi placer; ¡oh tú, mi dolor!
tú, el mundo en el cual vivo;
tú, mi cielo, del que me encuentro suspendido.
¡Oh tú, mi tumba, en cuyo interior
entregaré mi pesar por siempre!

Tú eres el reposo, tú eres la paz,
tú me has sido deparado por el cielo.
Que tú me ames, me hace más valioso,
tu mirada me torna glorioso,
tú haces que me supere a mí mismo,
mi buen espíritu: ¡eres lo mejor que poseo!

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char