sábado, 1 de agosto de 2015

Soy una gaviota... No es esto. Soy una actriz

ANTON CHEJOV
(Rusia, 1860-1904)

De La gaviota
(Fragmentos)

TREPLIOV (deshojando una flor)- Me quiere, no me quiere. Me quiere, no me quiere. Me quiere, no
me quiere. Me quiere, no me quiere. (Se ríe.) ¿Ves? Mi madre no me quiere. ¡A ver! Ella desea vivir,
amar, ponerse blusas claras, y yo he cumplido ya veinticinco años, le estoy recordando constantemente que ya no es joven. Cuando yo no estoy, ella tiene sólo treinta y dos años; cuando estoy, tiene cuarenta y tres: por esto me odia. Además, sabe que yo no acepto el teatro. A ella el teatro le gusta; le parece que, con el teatro, presta un servicio a la humanidad, al sagrado arte; en cambio, yo creo que el teatro contemporáneo no es más que rutina y prejuicios. Cuando se levanta el telón y a la luz crepuscular, en una estancia de tres paredes, esos grandes talentos, sacerdotes del sagrado arte, representan de qué modo las personas comen, beben, aman, caminan y llevan sus chaquetas; cuando de unas escenas y frases triviales intentan sacar lecciones de moral, de una moral canija, sin complicaciones, útil para la vida doméstica; cuando, en mil variantes me sirven siempre la misma cosa, la misma cosa, la misma cosa, huyo y huyo, como Maupassant huía de la torre Eiffel, cuya vulgaridad le aplastaba el cerebro.
SORIN- No se puede prescindir del teatro.
TREPLIOV- Hacen falta nuevas formas. Nuevas formas hacen falta , y si no se encuentran, mejor
es nada. (Mira el reloj.) Amo a mi madre, la quiero mucho; pero ella lleva una vida absurda, siempre va de un lado a otro con ese literato, constantemente su nombre figura en los periódicos, y esto me cansa. A veces habla en mí el egoísmo de un simple mortal, nada más; a veces siento que mi madre sea una actriz conocida, y me parece que si fuera una mujer como tantas otras, yo sería más feliz. Dígame, tío, si puede haber una situación más desesperada y absurda. A veces recibe en casa visitas: son todas personas célebres, artistas y escritores; entre ellos, el único que no es nada soy yo; y me toleran por ser su hijo. ¿Quién soy yo? ¿Qué soy yo? He abandonado la Universidad en el tercer curso por circunstancias, como suele decirse, ajenas a la redacción; soy un hombre sin talento y sin un ochavo, un simple vecino de Kiev, según reza mi pasaporte. Es que mi padre era de Kiev, aunque también era un actor de nota. Bueno, pues cuando, a veces, en el salón de mi madre, todos esos artistas y escritores me conceden su benevolente atención, me parece que con su mirada miden mi insignificancia; yo adivino sus pensamientos y sufro de humillación.
SORIN- A propósito, a ver si me dices qué clase de hombre es ese literato. No hay modo de comprenderle. Siempre está callado.
TREPLIOV- Es un hombre inteligente, sencillo, un poco melancólico, ¿sabes? Es muy formal. Aún
le falta bastante para llegar a los cuarenta años y ya es famoso y nada en la abundancia... En cuanto a lo que escribe... ¿qué puedo decirte? Es agradable, tiene chispa... Pero... después de Tolstói o de Zola no apetece leer a Trigorin.
SORIN- Pues a mí los literatos me son simpáticos. En mis tiempos, dos cosas quería yo con pasión:
casarme y hacerme escritor, pero no conseguí ninguna de las dos. Sí. Al fin y al cabo, hasta ser un
escritor de pocos vuelos resulta agradable.
TREPLIOV (se pone a escuchar)- Oigo pasos...
(Abraza a su tío.) No puedo vivir sin ella. Hasta el ruido de sus pisadas es encantador... Estoy loco defelicidad. (Se dirige rápidamente al encuentro de Nina Zariéchnaia,
que entra.) Mi hada, sueño de mi vida...
NINA (emocionada)- No he llegado tarde... Naturalmente, no he llegado tarde...
TREPLIOV (besándole las manos)- No, no, no...
NINA- He estado inquieta todo el día, ¡tenía tanto miedo! Temía que mi padre no me dejase salir...
Pero hace poco que se ha ido con mi madrastra. El cielo está rojo, ya empieza a salir la luna, y yo he
arreado el caballo, ¡cómo lo he arreado! (Se ríe.) Pero estoy contenta. (Estrecha con fuerza la mano de Sorin.)
SORIN (se ríe)- Estos ojitos, al parecer, han llorado... ¡Ay, ay! ¡Eso no está bien!
NINA- Sí, es cierto... Ya ve cómo me cuesta respirar. Dentro de media hora me iré, hay que darse
prisa. Por Dios, no me retengan, no puedo, no puedo. Mi padre no sabe que estoy aquí.
TREPLIOV- En verdad, ya es hora de empezar, hay que llamar a todo el mundo.
SORIN- Iré yo, eso es. Ahora mismo.  (Se dirige hacia la derecha y canta.) "A Francia van dos granaderos..." (Mira a su alrededor.) Una vez me puse a cantar de este modo y un fiscal delegado me dijo: "Tiene una voz muy potente, Excelencia"... Luego reflexionó un poco y añadió: "Pero... desagradable". (Se ríe y sale.)
NINA- Mi padre y su mujer no me dejan venir aquí. Dicen que esto es la bohemia... tienen miedo
de que me haga actriz... Y yo siento atracción por este lugar, por este lago, como una gaviota... Usted llena todo mi corazón. (Mira en torno.)
TREPLIOV- Estamos solos.
NINA- Me parece que hay alguien allí...
TREPLIOV- No hay nadie. (Se besan.)
NINA- ¿Qué árbol es éste?
TREPLIOV- Un olmo.
NINA- ¿Por qué es tan oscuro?
TREPLIOV- Porque ya anochece y todos los objetos se vuelven oscuros. No se vaya tan pronto, se lo suplico.
NINA- Imposible.
TREPLIOV- ¿Y si voy yo a su casa, Nina? Me pasaré toda la noche en el jardín contemplando su ventana.
NINA- Imposible, le vería el guarda. Tesoro aún no está acostumbrado a usted y ladraría.
TREPLIOV- La amo, Nina.
NINA- Chist...

(...)

NINA- Los hombres, los leones, las águilas y las perdices, los astados venados, los gansos, las arañas, los callados peces pobladores de las aguas, las estrellas marinas y los seres que no podían ser vistos por el ojo humano, en una palabra, todas las vidas, todas las vidas, todas las vidas, acabado su triste ciclo, se han extinguido. . . Hace ya miles de siglos que la tierra no lleva en sí ni un ser vivo y esta pobre luna en vano enciende su farol. En el prado ya no se despiertan las grullas con su grito ni se oye el zumbar de los moscardones de mayo entre el follaje de los tilos. Hace frío, frío, frío. Es el vacío, vacío, vacío. Es pavoroso, pavoroso, pavoroso... (Pausa.) Los cuerpos de los seres vivos se han reducido a polvo y la eterna materia los ha convertido en piedras, en agua, en nubes; las almas de todos ellos se han fundido en una sola. El alma general del mundo soy yo...yo… En mí está el alma de Alejandro Magno, de Cesar, de Shakespeare, de Napoleón y de la última sanguijuela. En mí, las conciencias de los hombres se han fundido con los instintos de los animales y yo lo recuerdo todo, todo, todo, y vuelvo a vivir en mí misma cada una de las vidas. (Aparecen fuegos fatuos.)
ARKÁDINA (en voz baja)- Esto tiene algo de decadente.
TREPLIOV (suplicante y en tono de desaprobación)- ¡Mamá!
NINA- Soy una mujer sola. Una vez cada cien años abro los labios para hablar y mi voz resuena tristemente en este vacío, nadie oye... Tampoco vosotros, pálidos fuegos fatuos, me oís... Cuando se acerca la madrugada os engendra el putrefacto pantano y erráis hasta que sale la aurora, pero sin pensamiento, sin voluntad, sin la palpitación de la vida. Temeroso de que surja en vosotros la vida, el padre de la materia eterna, el diablo, hace que a cada instante cambien en vosotros los ánimos, lo mismo que en las piedras y en el agua, y os modificáis sin cesar. En todo el universo, tan sólo el espíritu permanece fijo e inmutable. (Pausa.) Como prisionero arrojado a un pozo profundo y vacío, no sé dónde estoy ni lo que me espera. Una cosa no se me oculta, y es que en la lucha tenaz y cruel con el diablo, principio de las fuerzas materiales, me será dado vencer; después, materia y espíritu se fundirán en una armonía admirable y comenzará el reinado de la voluntad universal. Pero esto ocurrirá sólo cuando, poco a poco, después de una larga, larga serie de milenios, la Luna, el brillante Sirio y la Tierra se conviertan en polvo... Hasta entonces, será terrible, terrible... 
(...)

NINA (sola)- ¡Qué extraño ver llorar a una actriz famosa y por un motivo tan insignificante¡ ¿Y no es extraño que un escritor famoso, predilecto del público, un escritor del que se escribe en todos los periódicos, cuyo retrato se vende y cuyas obras se traducen a lenguas extranjeras, se pase el día pescando y se alegre de haber pescado dos gobios? Yo creía que las personas célebres eran orgullosas, inaccesibles, que despreciaban a la muchedumbre y que, con la fama y el brillo de su nombre, se vengaban en cierto modo de esta muchedumbre que sitúa por encima de todo la nobleza del linaje y la fortuna. Pero he aquí que lloran, pescan con caña, juegan a cartas, se ríen y se enojan como todos.
TREPLIOV (entra sin sombrero, con escopeta y una gaviota muerta)- ¿Usted sola aquí?
NINA- Sola. Trepliov le pone la gaviota a los pies. ¿Qué significa esto?
TREPLIOV- Hoy he cometido la villanía de matar esta gaviota. La pongo a sus pies.
NINA- ¿Qué le pasa? (Levanta la gaviota y la contempla.)
TREPLIOV (después de cierta pausa)- Pronto me mataré yo mismo de igual manera.
NINA- No le reconozco.
TREPLIOV- Desde que yo he dejado de reconocerla a usted. Usted no es la misma conmigo; su mirada es fría, mi presencia la importuna.
NINA- Últimamente se ha vuelto usted irritable, se expresa siempre de manera incomprensible, por medio de símbolos. Por lo visto, esta gaviota también es un símbolo, pero, perdone, no comprendo...
(Pone la gaviota sobre el banco.) Soy demasiado simple para comprenderle a usted.
TREPLIOV- Esto ha empezado después de la velada en que mi obra se hundió tan estúpidamente. Las mujeres no perdonan el fracaso. Lo he quemado todo, hasta el último trozo de papel. ¡Si supiera usted cuán desdichado soy! Su frialdad es terrible, increíble; es como si me despertara y viera de pronto que este lago se ha secado o que ha desaparecido en la tierra. Usted acaba de decir que es demasiado simple para comprenderme. ¿Qué hay que comprender aquí? La obra no gustó, usted desprecia mi inspiración, me considera una mediocridad, una nulidad, uno de tantos... (Dando un golpe al suelo con el pie.) Lo comprendo muy bien, ¡lo comprendo! Es como si tuviera un clavo en el cerebro, maldito sea junto con toda mi idiotez, que me chupa la sangre, como una serpiente... (Viendo a Trigorin, que avanza leyendo un librito de notas.) Aquí viene un verdadero genio; camina como Hamlet, también con un libro en la mano. (Haciendo burla.) “Palabras, palabras, palabras. . .” Este sol aún no se le ha acercado y usted ya sonríe, su mirada ya se ha derretido al contacto de los rayos que él despide. No voy a serle un estorbo. (Sale rápidamente.)
TRIGORIN (escribiendo en su libro de notas)- Sorbe rapé y bebe vodka... Siempre va vestida de negro. El maestro está enamorado de ella...

(...)

NINA- Acuérdese de mí alguna vez.
TRIGORIN- La recordaré. La recordaré a usted tal como la vi aquel día soleado, ¿recuerda?, hace una semana, cuando llevaba usted un vestido claro..., estuvimos hablando... y había en el banco una gaviota blanca.

(...)

TRIGORIN (busca en el libro)- Página 121 ... líneas 11 y 12... Aquí está ... (Lee.) “Si alguna vez necesitas de mi vida, ven y tómala.”
Trepliov recoge del suelo la venda y sale.
ARKÁDINA (mirando el reloj)- Pronto tendremos los caballos preparados...
TRIGORIN (para sí)- Si alguna vez necesitas de mi vida, ven y tómala.
ARKÁDINA- Supongo que ya lo tienes todo preparado para la marcha, ¿no?
TRIGORIN (impaciente)- Sí, sí.. . (Absorto.) ¿Por qué en esta llamada de un alma pura he percibido una nota de tristeza y se me ha encogido tan dolorosamente el corazón?... Si alguna vez necesitas de mi vida, ven y tómala. (A Arkádina.) ¡Quedémonos un día más!
Arkádina mueve negativamente la cabeza.¡Qué demonios!
ARKÁDINA- Ya sé, querido, lo que te retiene aquí. Pero has de dominarte. Estás un poco embriagado, vuelve en ti.
TRIGORIN- Sé tú también juiciosa, sé inteligente, razonable, te lo suplico, mira todo esto como una amiga verdadera... (Le estrecha la mano.) Eres capaz de sacrificarte... Sé mi amiga, déjame...
ARKÁDINA (muy agitada)- ¿Tan enamorado estás?
TRIGORIN- ¡Me siento atraído hacia ella! Es esto, quizá, lo que me hace falta.
ARKÁDINA- ¿El amor de una muchacha de provincias? ¡Oh, qué poco te conoces a ti mismo!
TRIGORIN- A veces hay personas que duermen caminando; así ahora yo hablo contigo y es
como si me hallara sumido en un sueño y en sueños la veo... Se han adueñado de mí unos sueños dulces, divinos... Déjame...
ARKÁDINA (temblando)- No, no... Yo soy una mujer como todas las otras, no es posible hablar conmigo de esta manera... No me tortures, Baris. . . Tengo miedo...
TRIGORIN- Si quieres, puedes ser extraordinaria. Un amor joven, encantador, poético, que transporte al mundo de los ensueños, ¡sólo un amor así puede dar la felicidad en la tierra! Un amor semejante aún no lo he experimentado... En mi juventud, no tuve tiempo, llamaba a la puerta de las redacciones, luchaba con la pobreza... Ahora aquí está: por fin ese amor ha llegado, me llama... ¿No sería insensato huir de él?
ARKÁDINA (airada)- ¡Has perdido la razón!
TRIGORIN- Qué más da.
ARKÁDINA- ¡Hoy os habéis puesto todos de acuerdo para atormentarme! (Llora.)
TRIGORIN (agarrándose la cabeza con las manos)-¡No comprende!, ¡no quiere comprender!
ARKÁDINA- ¿Es posible que sea ya tan vieja y fea que conmigo se pueda hablar, sin rebozo, de otras mujeres? (Le abraza y le besa.) ¡Oh, te has vuelto loco! Amor mío, maravilloso, divino... ¡Eres la última página de mi vida! (Se hinca de rodillas.) Eres mi alegría, mi orgullo, mi bien... (Le abraza las rodillas.) Si me abandonas, aunque sólo sea por una hora, no lo soportaré, perderé, oh, mi admirable, mi magnífico, mi señor...
TRIGORIN- Puede venir alguien. (Le ayuda a levantarse.)
ARKÁDINA- Que vengan, no me avergüenzo de mi amor por ti. (Le besa las manos.) Tesoro mío, cabeza loca, quieres hacer locuras, pero yo no quiero, no te dejaré... (Se ríe.) Tú eres mío... eres mío. . Y esta frente es mía y los ojos son míos y estos espléndidos cabellos sedosos también son míos... Tú eres todo mío. Tú, con tanto talento, tan inteligente, el mejor de todos los escritores de ahora, tú, única esperanza de Rusia... Es tanta tu sinceridad, tu sencillez, tu frescor, tu humor sano... De un solo trazo sabes expresar lo esencial, lo característico de un ser o de un paisaje, tus personajes son como hombres vivos. ¡Oh, no es posible leerte sin arrobamiento! ¿Crees que esto es incienso? ¿Que te adulo? Mírame a los ojos... mira... ¿Me parezco a una mentirosa? Ya ves, sólo yo sé apreciarte; sólo yo te digo la verdad, querido mío, gloria mía... ¿Te irás conmigo? ¿Sí? ¿No me abandonarás?...
TRIGORIN- No tengo voluntad propia... Nunca he tenido propia voluntad.. . Blando, flojo, siempre obediente, ¿es posible que esto pueda gustar a las mujeres? Tómame, llévame de aquí, pero no te apartes de mí un solo paso...
ARKÁDINA (para sí)- Ahora es mío. (Desenvuelta, como si no hubiese pasado nada.) Aunque, si quieres, puedes quedarte. Me iré yo y tú te vienes luego, dentro de una semana. La verdad, ¿por qué vas a darte prisa?
TRIGORIN- No, partiremos juntos, pues nos iremos juntos... (Pausa.)
Trigorin. escribe en su cuadernito.
ARKÁDINA- ¿Qué escribes?
TRIGORIN- Esta mañana he oído una expresión bonita: "Virginal pinar. . ." Me será útil. (Se estira.) Así pues, ¿nos vamos? Otra vez vagones, estaciones, cantinas, chuletas, conversaciones...

(...)

TREPLIOV (se dispone a escribir; relee lo que ya ha escrito)- Tanto como he hablado de nuevas formas y ahora siento que yo mismo, poco a poco, estoy cayendo en la rutina... (Lee.) “El cartel fijado en el muro rezaba... Un rostro pálido, circundado de negros cabellos”... Rezaba, circundado... Eso es banal. (Lo tacha.) Comenzaré describiendo cómo el ruido de la lluvia despierta a mi protagonista, y todo lo demás, fuera. La descripción de la noche de luna es larga y rebuscada. Trigorin se ha elaborado ya sus recursos, a él le resulta fácil... En una presa, él ve brillar el cuello de una botella rota, percibe la negra sombra de una rueda de molino y ya tiene la descripción de la noche de luna; en lo que yo escribo, en cambio, hay luz trémula, silencioso centelleo de estrellas, lejanos sonidos de un piano de cola que se apagan en el aire fragante... ¡Qué tortura! (Pausa.) Sí, cada vez me convenzo más de que la cuestión no está en las formas viejas o nuevas, sino en que el hombre escriba sin pensar en forma alguna, en que escriba, porque lo que escribe fluye libremente de su alma. (Alguien llama a la ventana más próxima a la mesa.) ¿Quién es? (Mira por la ventana.) No se ve nada... (Abre la puerta vidriera y mira al jardín.) Alguien ha bajado los peldaños corriendo. (Grita.) ¿Quién hay aquí? (Sale; se le oye caminar rápidamente por la terraza; unos momentos después, vuelve con Nina Zariéchnaia.) ¡Nina! ¡Nina!
Nina le apoya la cabeza en el pecho y llora, conteniéndose.
NINA (le mira fijamente a la cara)- Déjeme que le mire. (Volviendo la vista por la estancia.) Aquí no hace frío, se está bien. Antes esto era el salón. ¿He cambiado mucho?
TREPLIOV- Sí... Ha adelgazado y los ojos se le han hecho mayores. Nina, ¡qué extraño me parece verla! ¿Por qué no me ha permitido visitarla nunca? ¿Por qué no ha venido hasta ahora? Sé que vive usted aquí hace casi una semana... Todos los días me he acercado varias veces a su casa, me he quedado al pie de su ventana, como un mendigo.
NINA- Tenía miedo de que me odiara. Todas las noches sueño que usted me mira y no me reconoce. ¡Si usted supiera! Desde que he llegado no he hecho más que venir hacia aquí... hacia el lago. He estado muchas veces cerca de esta casa sin atreverme a entrar. Sentémonos. (Se sientan.) Sentémonos y hablemos, hablemos. Qué bien se está aquí, qué acogedor, sin frío. ¿Oye el viento? Turguéniev dice, en alguna parte: “Dichoso aquel que en noches como ésta tiene un techo para cobijarse y un rincón caliente.” Yo soy una gaviota... No, no es eso (Se pasa la mano por la frente.) ¿De qué estaba hablando?
Sí... Turguéniev. “Y que Dios ayude a todos los peregrinos sin albergue” ... No es nada. (Llora.)
TREPLIOV- Nina, otra vez ... ¡Nina!
NINA- No es nada, esto me alivia... Hace ya dos años que no he llorado. Ayer, anochecido ya, vine al jardín para ver si se conservaba aún nuestro teatro. Todavía sigue en pie. Me puse a llorar por primera vez después de dos años y me sentí consolada, se me hizo más clara el alma. ¿Ve? Ya no lloro. (Le toma de la mano.) Así, usted se ha convertido en un escritor... Usted es escritor, yo soy actriz ... También nosotros hemos caído en el torbellino... Yo vivía gozosa, como una niña: me despertaba por la mañana y me ponía a cantar; le amaba a usted, soñaba con la fama, ¿y ahora? Mañana a primera hora de la mañana he de partir para Eléts, en tercera clase... en compañía de mujiks, y en Eléts los mercaderes instruidos me asediarán con sus galanterías. ¡Qué grosera es la vida!
TREPLIOV- ¿Por qué a Eléts?
NINA- Me he contratado por todo el invierno. Ya es hora de que me vaya.
TREPLIOV- Nina, yo la he maldecido a usted, la he odiado, he roto sus cartas y fotografías, pero a cada instante he tenido conciencia de que mi alma le pertenece para siempre. No tengo fuerzas para dejar de quererla, Nina. Desde que la perdí y empecé a 
NINA- ¿Por qué dice ha besado la tierra por la que he andado? Merecería que me mataran. (Se apoya inclinándose en la mesa.) ¡Estoy tan fatigada! Si pudiera descansar... ¡Descansar! (Levanta la cabeza.) Soy una gaviota... No es esto. Soy una actriz. ¡Oh, sí! (Oye las risas de Arkádina y Trigorin, escucha con atención. Luego corre hacia la puerta de la izquierda, mira por el agujero de la cerradura.) También él está aquí... (Vuelve hacia Trepliov.) Oh, sí... No importa... Sí.. . Él no creía en el teatro, se burlaba siempre de mis sueños, y, poco a poco, también yo dejé de creer y perdí el ánimo... Añada a ello los tormentos del amor, los celos, el miedo constante por el niño... Me volví mezquina, insignificante, declamaba de manera absurda... No sabía qué hacer con las manos, no sabía permanecer en escena. No dominaba la voz. Usted no puede comprender lo que se siente cuando uno se da cuenta de que declama muy mal. Soy una gaviota.
No, no es esto... ¿Recuerda que mató una gaviota? Casualmente llegó un hombre, la vio y por no tener qué hacer, la sacrificó... Tema para un relato breve... No es esto. .. (Se pasa la mano por la frente.) ¿De qué estaba hablando?... Hablo de teatro... Ahora ya soy una actriz de verdad, actúo con placer, con entusiasmo, en escena me exalto y me siento magnífica. Y ahora, desde que vivo aquí, pienso y siento que día a día crecen las fuerzas de mi espíritu. . . Ahora sí, ahora comprendo, Kostia, que en nuestro hacer da lo mismo que actuemos en escena o que escribamos- lo importante no es la fama, no es el brillo, no es aquello con que yo soñaba, sino saber sufrir. Aprende a llevar tu cruz y a creer. Yo creo y no siento tanto dolor; cuando pienso en mi vocación no tengo miedo a la vida.
TREPLIOV (triste)- Usted ha encontrado su camino, sabe a dónde va. En cambio, yo sigo errando en un caos de sueños e imágenes sin saber para qué ni para quién es esto necesario. No tengo fe ni sé cuál es mi verdadera vocación...

(...)

Le amo. Le amo con más fuerza aún que antes... Tema para un relato breve... Le amo,
le amo apasionadamente, con desesperación. ¡Qué bello era el pasado, Kostia! ¿Recuerda? Qué vida clara, cálida, gozosa, pura, qué sentimientos, sentimientos parecidos a bellas y delicadas flores. . . ¿Recuerda? (Recita.) "Los hombres, los leones, las águilas y las perdices, los astados venados, los gansos, las arañas, los callados peces pobladores de las aguas, las estrellas marinas y los seres que no podían ser vistos por el ojo humano, en una palabra, todas las vidas, todas las vidas, todas las vidas, acabado su triste ciclo, se han extinguido... Hace ya miles de siglos que la tierra no lleva en sí ni un ser vivo y esta pobre luna en vano enciende su farol. En el prado ya no se despiertan las grullas con su grito ni se oye el zumbar de los moscardones de mayo entre el follaje de los tilos..." (Abraza con ímpetu a Trepliov y huye por la puerta vidriera.)
TREPLIOV (después de una pausa)- No estaría bien que alguien la viera en el jardín y luego se lo contara a mamá. Esto podría disgustarla... Durante unos dos minutos rompe, en silencio, todos sus manuscritos y los arroja bajo la mesa; luego abre la puerta de la derecha y sale.

No hay comentarios:

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char