sábado, 22 de marzo de 2014

La ciudad hace arder culpas

ELIZABETH BISHOP

(EE.UU., 1911-1979) 

Ciudad nocturna

(desde el avión)

No hay pie que lo resista,
los zapatos son demasiado frágiles.
Vidrio roto, botellas rotas,
ardiendo a montones.

Nadie podría caminar
sobre esos fuegos:
ácidos rutilantes
y sangres jaspeadas.

La ciudad hace arder lágrimas.
Un lago acumulado
de aguamarina
comienza a sahumarse.

La ciudad hace arder culpas.
—Para la eliminación de culpas
el calor central
debe ser de esa intensidad.

Diáfana linfa,
sangre hinchada y brillante,
salpica
en coágulos dorados

adonde, fundidos, fluyen,
por los oscuros alrededores,
verdes y luminosos
ríos de silicio.

Él solito,
un magnate lloró
un charco de betún,
una luna ennegrecida.

Otro construyó
un rascacielos con su llanto.
¡Cuidado! Sus cables
chorrean, incandescentes.

La conflagración
pugna por aire
en medio de un vacío espantoso.
El cielo ha muerto.

(Sin embargo, hay criaturas,
y criaturas solícitas, más adelante.
Ponen sus pies en el suelo, caminan:
verde, roja; verde, roja.)
**
No foot could endure it,
shoes are too thin.
Broken glass, broken bottles,
heaps of them burn.
Over those tires
no one could walk:
those flaring acids
and variegated bloods.
The city burns tears.
A gathered lake
of aquamarine
begins to smoke.
The city burns guilt.
–For guilt-disposal
the central heat
must be this intense.
Diaphanous lymph,
bright turgid blood,
spatter outward
in clots of gold
to where run, molten,
in the dark environs
green and luminous
silicate rivers.
A pool of bitumen
one tycoon
wept by himself,
a blackened moon.
Another cried
a skyscraper up.
Look! Incandescent,
its wires drip.
The conflagration
fights for air
in a dread vacuum.
The sky is dead.
(Still, there are creatures,
Careful ones, overhead.
They set down their feet, they walk
Green, red; green, red.)
 **
Versión s/d

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un bonito poema.

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char