lunes, 16 de septiembre de 2013

Todavía el otoño es el crujir de hojas

SUSANA VILLALBA
Tomada de www.diarioz.com.ar

(Buenos Aires, Argentina, 1957)

Caprus emissarius 

La longitud de la vida
debe ser tomada
en cuenta,
llevaría 30.000 años
viajar a otra galaxia.
Pero hay un atajo.
La fría luz de un cuerpo
suplementario,
obsidiana como un faro
en el mar de las cenizas.
Crujías de coral,
peces
relámpago como raíces
en el agua.
Dónde está Dios.
Viajaremos,
dejaremos testimonio
de haber sido su sinapsis.
Resonancia magnética
de un deseo
que aún se está expandiendo
mientras se contrae
en su vórtice.
Un saber femenino kinestésico
distinto
al razonar en el espacio
de un ajedrecista.
La elección del sujeto
se hará barrenando
un muestreo,
sabiendo a dónde ir
y cómo
manejar el propio cuerpo
como tótem allí
donde lo creerán monstruoso.
En el espejo perdura
una estrella parida por el aire
y la saliva del fuego.
Hemos sido esa bruma
en la noche del Águila,
un gigante azul
tallado en persistencia
ultravioleta.
Siempre ya fuimos,
amor,
ese huracán de lava lenta
desplegándose
como un giro de verónica
en medio de la nada
y que nunca termina
de caer.
Todavía hay viento,
todavía entran las semillas plumadas
por las ventanas de los trenes
y por la noche baten los postigos.
¿Ves esa ráfaga naranja?
está muriendo hace milenios
de milenios.
El corazón magmático
deja una matriz,
todo condensa
menos lo que dio a luz
el estallido.
Siempre habrá corazones atravesados
por flechas,
es un lenguaje universal,
escribiremos nuestros nombres.
Sin peso sobre el polvo
de lluvia.
Todavía el otoño
es el crujir de hojas,
ladrido de perros,
esta melancolía que goza
una luz tibia.
Sequía de la boca,
arena de la piel,
tormentas demoradas
hasta el esplendor de la agonía
en el crepúsculo.
Todo está aquí.
Enviaremos la cabeza,
después transmitiremos
tronco,
extremidades,
si el deseo es mimético
seremos a la imagen
la semejanza de sus hábitos.
Sabremos quiénes somos
según quiénes seremos.
Quizá fuimos reptiles,
desierto,
gliptodontes.
No mires atrás,
el universo se curva
y a la velocidad de la luz
la cara no existe.
Nostalgia
de las cigarras en verano,
el olor a fruta y las avispas
zumbando en el jardín,
una bicicleta
contra una casa abandonada,
el secreteo a la sombra de los tilos,
luciérnagas
en un frasco,
moscas resucitadas con ceniza.
Todo está aquí,
memoria indescifrable
pero inexorable
a no ser por virus.
Daremos testimonio
y el discurrir dará su veredicto.
Seremos dioses y animales
en el momento de la alianza
que nos dejó afuera,
ni oficiantes
ni víctimas,
testigos
que tampoco se salvaron
de haber visto.
Viajaremos,
predicaremos la palabra
por su revés de azogue
intraducible.
Nunca nos comprendimos
pero hay una leyenda,
volveremos a encontrarnos.
Pintaremos los signos
en el cuerpo,
sembraremos los miembros
en constelaciones.
Somos la historia,
el devenir.
Pero estaremos allí,
en todas partes y en ninguna
nunca
y en todo momento.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char