sábado, 16 de junio de 2012

Bajo el pálido rayo de la ausencia

OLGA OROZCO
[Olga Gugliotta] 
(Toay, La Pampa, Argentina, 1920-Buenos Aires, 1999) 

SOL EN PISCIS

Solamente los muertos conocen el reverso de las piedras.
Solamente las piedras conocen el reverso de los muertos.
Lo sé.
A veces las estatuas vuelven a abrir en mí ciertas heridas
o toman el color de las acusaciones que me impiden dormir.
Pero hay pruebas que nadie quiere ver.
Se atribuyen al tiempo, a las tormentas,
a la sombra de pájaro con que los días se alzan o se dejan
caer sobre la tierra.
Nadie quiere pensar que hay muchas muertes por cada
corazón.
Tantas como muertos nos lloren.
Tantas como piedras los sigan lamentando.

Existe una canción que entre todos levantan desde los fríos
labios de la hierba.
Es un grito de náufragos que las aguas propagan borrando
los umbrales para poder pasar,
una ráfaga de alas amarillas,
un gran cristal de nieve sobre el rostro,
la consigna del sueño para la eternidad del centinela.

¿Dónde están las palabras?
¿Dónde la señal que la locura borda en sus tapices a la luz
del relámpago?
Escarba, escarba donde más duela en tu corazón.
Es necesario estar como si no estuvieras.

He aquí el pequeño guijarro recogido para la gran memoria.
De este lado no es más que un pedazo de lápida sin
inscripción alguna.
Y sin embargo desde allá es como un talismán que abre las
puertas de mi vida.
Por sus meandros azules llego a veces más allá de mis venas:
cerraduras que giran contra la misteriosa rotación de los años,
vértigos de continuas despedidas que ahora me despiden
a través de mis lágrimas de entonces,
hasta ser nada más que una cinta brillante,
un fulgor que ilumina ese fondo de abismo donde caigo
hacia el fondo del cielo,
tan ávido como el tambor que invoca las tormentas.

Heroína de miserias, balanceándote ahora casi al borde
de tu alma,
no mires hacia atrás, no te detengas,
mientras arde a lo lejos la galería de las apariencias,
las máscaras del sueño que labraste sobre ciegas cortezas
para poder vivir.
A solas con tu nombre, contra el portal resplandeciente,
a solas con la herida del exilio desde tu nacimiento,
a solas con tu canción y tu bujía de sonámbula para
alumbrar los rostros de los desenterrados,
porque ésa es la ley.
A solas con la luna que arrastra en las mareas del más alto
jardín de la memoria
un rumor de leyendas desgarradas por la crueldad de la
distancia:
“Cuando llegues del otro lado de ti misma
podrás reconocer el puñal que enterraste para que tú
vinieras despojada de todo poderío.
Si avanzas más allá
encontrarás la fórmula que yace bajo los centelleos de todos
los delirios.
Si consigues pasar
alcanzarás la Rueda que avanza hacia el poniente.”
Pero no hay arma alguna que arrebate a mi vida su
inocencia,
ni retablo enterrado en cuyo espejo de oro se abran las
flores de otros mundos,
ni carruaje que avance con el rayo.
Sin embargo, esta palabra sin formular,
cerrada como un aro alrededor de mi garganta,
ese ruido de tempestad guardada entre dos muros,
esas huellas grabadas al rojo vivo en las fosforescencias
de la arena,
conducen a este círculo de cavernas salvajes
a las que voy llegando después de consumir cada vida
y su muerte.
Celdas tornasoladas del adiós para siempre, para nunca,
y cada una se abre hacia las otras con la fisura de una gran
nostalgia
por donde pasa el soplo de los siglos,
la mariposa gris que envuelve con sus nieblas al huésped
solitario,
a ese que ya fui o al que no he sido en este y otros mundos.
El que entreteje sus coronas con la ceniza de la tierra,
el que reluce con cabeza de león como un sol heráldico
entre las tinieblas,
el que sueña conmigo como con una cárcel de muros
transparentes,
ésta que soy queriendo guardar la eternidad en el polvo
de cada sonrisa,
el que se cubre con ropajes de águila para volar más lejos
que la mirada de los hombres,
los que habitan aquí o en otro lado lejos de las investiduras
de la sangre
y no puedo nombrar,
y el que rescatará la coraza de luz
-su día levantado palmo a palmo con la noche de los otros-
para cruzar la última puerta del arcano.

Oh sombra de claridad sobre mi rostro,
relámpago entrevisto desde el fondo del agua:
tu signo está grabado sobre todas las frentes para la
ceremonia de la duración,
para la travesía de todos los recintos en cuyo fondo te alzas
como una llamarada de la gran añoranza,
como los espejismos de un perdido país anunciado por el
sueño y la sed,
el miedo y la nostalgia,
y el insaciable tiempo que llevamos de migración
en migración
como una brasa que quema demasiado.

Todos los grandes vértigos del alma nacen del otro lado de
las piedras.
 ***

En algún lugar del gran muro inconcluso está la puerta,
aquella que no abriste
y que arroja su sombra de guardiana implacable en el revés de
todo tu destino.
Es tan sólo una puerta clausurada en nombre del azar,
pero tiene el color de la inclemencia
y semeja una lápida donde se inscribe a cada paso lo imposible.
Acaso ahora cruja con una melodía incomparable contra el
oído contra el oído de tu ayer,
acaso resplandezca como un ídolo de oro bruñido por las
cenizas del adiós,
acaso cada noche esté a punto de abrirse en la pared final del
mismo sueño
y midas su poder contra tus ligaduras como un desdichado Ulises.
Es tan sólo un engaño,
una fabulación del viento entre los intersticios de una historia
baldía,
refracciones falaces que surgen del olvido cuando lo roza la nostalgia.
Esa puerta no se abre hacia ningún retorno;
no guarda ningún molde intacto bajo el pálido rayo de la
ausencia.
No regreses entonces como quien al final de un viaje erróneo
cada etapa un espejo equivocado que te sustrajo el mundo
descubriera el lugar donde perdió la llave y trocó por un
nombre confuso la consigna.
¿Acaso cada paso que diste no cambió, como en un ajedrez,
la relación secreta de las piezas que trazaron el mapa de toda
la partida?
No te acerques entonces con tu ofrenda de tierras arrasadas,
con tu cofre de brasas convertidas en piedras de expiación;
no transformes tus otros precarios paraísos en páramos y
exilios,
porque también, también serán un día el
muro y la añoranza.
Esa puerta es sentencia de plomo; no es pregunta.
Si consigues pasar,
encontrarás detrás, una tras otra, las puertas que
elegiste.


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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char